Sor Elvira Petrozzi fundó en 1983 la Comunidad del Cenáculo como respuesta de la ternura de Dios Padre, al grito de desesperación de muchos jóvenes cansados, desilusionados, desesperados, adictos a las drogas y personas en general, que buscaban la alegría y el sentido verdadero de la vida.

A continuación reproducimos un testimonio impactante de una joven llamada sor Jennifer, religiosa de las Hermanas Misioneras de la Resurrección, familia religiosa fundada también por Madre Elvira Petrozzi.

«Me llamo Sor Jennifer, hoy estoy muy feliz de vivir y soy más que feliz de ser una mujer consagrada en la Comunidad Cenáculo. Quiero compartirles que antes de resurgir a una vida nueva y de experimentar que Jesús ha venido verdaderamenre para que yo tenga vida y la tenga en abundancia, tuve que pasar a través de la cruz.

»Crecí en una familia cristiana, mis padres emigraron a los Estados Unidos para estudiar y en busca de una vida mejor. Tenían una cultura y comportamientos distintos de los americanos y esto me incomodaba y me llevaba a juzgarlos, a rechazar mi aspecto físico y mi parte coreana. En nuestra casa el estudio era lo más importante, la TV estaba bajo llave y mis hermanas y yo podíamos mirarla solo media hora al día; debía frecuentar una escuela para aprender el coreano y por ende no tenía tiempo de ir a las fiestas con mis amigas.

»Durante el verano, en vez de ir a la playa, debía estudiar matemática para mejorar más mi capacidad. Los domingos no estaban dedicados al descanso o a ir al parque juntos: estábamos en nuestra parroquia coreana para enseñar el catecismo o ayudar. Sólo ahora, con los ojos de la fe y gracias a la curación que Jesús operó en mi corazón, aprecio infinitamente a mis padres por la disciplina y la educación que me dieron.

»El hecho de que no me aceptase y las dificultades varias que vivía para conciliar el mundo coreano y el americano lo sabíamos sólo Jesús y yo. Era capaz de esconderme detrás de mi sonrisa, de estar delante de muchas personas, me afirmaba con óptimos resultados en los estudios y en el deporte, parecía una chica piola, muy caritativa y empeñada en el voluntariado, pero al final todas estas cosas eran sólo un modo de llenar el vacío que tenía dentro.

»Tenía necesidad de amor, y lo buscaba haciendo muchas cosas y tratando de ser una buena chica, pero por dentro estaba sola e insatisfecha. En un cierto momento, me encontré cansada de este juego: estaba harta de hacer todo por aparentar, por correr detrás de mis ambiciones y mis preocupaciones por tener una silueta perfecta. Comencé a vivir sólo pensando en lo que comía: era más fácil refugiarme en la comida que pensar en mi vida, en el vacío que había en mi corazón, en el hecho de que era infeliz... poco a poco me destruía. Qué extraño: en medio de toda esta muerte, permanecía dentro de mi un gran deseo de amar mucho y de amar a todos... deseaba ir al tercer mundo para ayudar a “los pobres”, pero no tenía ningún amor por mí misma y por mi vida.

»Agradezco a Dios que puso en mi camino personas, también hermanas y sacerdotes, que me quisieron y me ayudaron a sentir el amor de Dios. Algunos de ellos eran mis profesores en la universidad y más de una vez me propusieron tomar en consideración la idea de consagrarme. Ciertamente estaba en la búsqueda de algo más, algo que satisficiese y llenase este anhelo profundo de mi corazón, pero no pensaba en hacerme religiosa porque quería mi príncipe azul.

»Probé de todo: psicólogos, antidepresivos, Alchólicos Anónimos y grupos de apoyo para personas que tenían problemas con la alimentación, no podía aceptar que mi vida terminara así. Finalmente, grité a Dios: “O empiezo a vivir verdaderamente o prefiero morir”.

»Después de este pedido de ayuda la Virgen me llamó en peregrinación al Festival de Jóvenes en Medugorje y allí encontré la Comunidad Cenáculo, mi salvación.
La Comunidad me enseñó a vivir, comencé por primera vez a mirarme dentro y a conocerme. Tuve muchas ocasiones para confrontar mis dones y mis límites y no me sentí nunca juzgada por mi pobreza. Se me dio la posibilidad de afrontar el sufrimiento y me sentí ayudada a no escapar sino a abrazar la cruz.

»Jesús me hizo experimentar su humanidad a través de los gestos concretos de las personas que vivían conmigo. Descubrí lo que significa la amistad, la paciencia, el perdón... me sentí querida y esto me dio la fuerza y el deseo de ser también yo don para los demás. Poco a poco, con la ayuda de la oración y de la adoración Eucarística, el egoísmo, la tristeza y el rechazo que tenía en el corazón dejaron espacio a la paz, a las ganas de vivir y a la alegría.

»Después del primer año de Comunidad, le dije a Jesús que quería consagrarme... pero no que quería hacerme religiosa. Quería vivir una vida plena con muchos niños, con la libertad de irme, de ayudar, de amar a todos, pero todavía esperaba a mi príncipe azul. Necesité tiempo, y continuaba pidiéndole a Jesús que me haga saber su voluntad. Al final, entendí que Jesús no impone nada, Él quiere hacerme feliz y realizar mi vida. Fui yo la que eligió convertirse en una hermana. La oración me ayudó a entender que el camino de la consagración es lo que corresponde a mi persona y a los deseos profundos de mi corazón.

»Desde hace casi cuatro años vivo en una de nuestras misiones en Perú y me siento en mi lugar, libre para vivir y para amar, para equivocarme y para recomenzar, para ser así como soy. Experimento cada día que Dios obra en mi vida y que es Él quien me sostiene. Ésta es mi vida consagrada a Dios hoy: decir “Sí” cada día a su Amor y dejar que Él habite mi pobre humanidad para ser madre, hermana, amiga universal de los niños, de los misioneros y de las hermanas que viven conmigo. ¡Qué historia fantástica!».