Paul de Partee y su esposa Jenna llevan casados 10 años y son católicos desde agosto de 2017. En su blog LoveInTheField explican cómo descubrieron la fe católica y cómo van creciendo en ella en su ciudad de Alhambra (California), acompañados de carmelitas y Misioneras de la Caridad.

Ellos antes eran protestantes, él era un enamorado del estudio bíblico y del Antiguo Testamento. Pero su vida cambió para siempre una noche de Navidad, cuando, misteriosamente, decidieron acudir a una Misa del Gallo que los transformó para siempre.

Un joven protestante enamorado de la Biblia

"Dios, la iglesia, la Biblia y la oración siempre fueron parte de mi vida, desde que recuerdo. De chaval, íbamos a la iglesia cada semana, a veces dos veces por semana, yo leía la Biblia regularmente, iba a estudios bíblicos, escuchaba música cristiana, rezaba antes de cada comida y antes de dormir cada noche, Sabía que Dios era real, que me amaba y que envió a Su Hijo a morir en la cruz por mis pecados", escribe Paul.

Se sacó un título de Estudios Bíblicos y Teología y se enamoró del Antiguo Testamento y las raíces judías del cristianismo. Enamorarse de Jenna, que tenía ascendientes judíos, le pareció magnífico.

Hay tantas teologías... ¿cuál seguirá nuestra familia?

A lo largo de sus intensos y apasionados estudios de la Biblia, observó que muchas de sus posiciones teológicas se iban modificando. Hacia 2010, ya casado, mudado a otra ciudad, reflexionaba sobre cómo había tantas posturas teológicas diversas e incluso contradictorias en el protestantismo... ¡y en su propio itinerario! Y como matrimonio necesitaban tomar decisiones. ¿En qué comunidad o iglesia enraizarse como familia?

Llegó un momento en que Paul dejó de ir a la iglesia. "Sabía que Dios existía, creía aún que Él me amaba, aún pensaba que la Biblia era importante, para leer, estudiar, memorizar; pensaba aún que rezar era bueno. Pero todas estas cosas cada vez parecían menos importantes en mi vida cotidiana".

Después llegó una crisis matrimonial: Paul y Jenna se sentían alejados ya no sólo de Dios, sino el uno del otro. Pero eran personas de oración, de lectura espiritual, y leyendo a un libro devocional basado en textos de San Juan de la Cruz empezaron a reconducir su trato con Dios.

Una Misa del Gallo inesperada

En diciembre de 2016 Paul y Jenna habían empezado a acudir a una iglesia protestante local. Pero ese 24 de diciembre por la noche fueron a Misa del Gallo a una parroquia católica dedicada a San Pablo, el santo patrono de Paul. Él aún no sabe explicar cómo es que, siendo protestantes, decidieron ir a una Misa del Gallo católica. ¿Que les había llevado allí a las 23.45 de la noche?

A esa hora, por supuesto, todos los asientos buenos estaban ocupados. "Así que en vez de bancos y velas teníamos luces fluorescentes y sillas plegables en una sala anexa, porque la nave principal estaba llena". Titubearon un poco, pero decidieron quedarse y perseverar. "No teníamos ni idea de qué esperar o qué hacer. Íbamos precavidos, porque si era verdad lo que nos habían dicho, probablemente nos asaltarían con cosas de María o algunas 'vanas repeticiones' y veríamos sin duda gente tratando de ganarse el Cielo con sus obras", explica, enumerando algunos tópicos protestantes sobre el catolicismo.

Una experiencia mística

Empezó la procesión de entrada. Entraron los monaguillos con el incienso, el diácono con los Evangelios en alto "evocando a los judíos en procesión con la Torá", pensó Paul. Salió el sacerdote revestido. "Y por alguna razón, en ese momento, algo en mi interior se quebró. Por un brevísimo instante, me pareció que se movía el suelo, o quizá la cabeza, como si me mareara o cayera. Entonces el canto y el incienso me abrumaron. Durante la siguiente hora, yo me inclinaba por dentro mientras todo lo que sucedía alrededor me traspasaba".

"Tres cosas sucedieron en mi interior durante esta misa que aún hoy recuerdo", detalla.

Para empezar, tuvo varias visiones interiores o locuciones interiores. En una, él y Jenna estaban en un barco, en mar calma y con día soleado, pero una brisa suave empezaba a cambiar la dirección del barco. En otro momento, cuando tocó arrodillarse en misa, y así lo hicieron, "nos vi desde arriba, vi como nuestros corazones eran atraídos hacia el altar, brillando con unas llamas de oro, casi artísticamente pintados".

"En tercer lugar, casi me abrumaba lo judío que era todo: los sacerdotes representaban a Dios ante el pueblo, a la vez que representaban al pueblo ante Dios. El altar, el Tabernáculo, el incienso... era como el judaísmo del que me había enamorado siempre, ¡y mucho más! Y, de alguna manera, sabía sin duda que también Jenna estaba experimentando algo grande y similar a su vez".

Después el sacerdote pronunció unas palabras que Paul sabía que eran de la Escritura, y todos se arrodillaron o inclinaron la cabeza. "Yo sabía que esa parte era importante". Y el sacerdote proclamó: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Bienaventurados los invitados a la cena del Cordero".

"Al elevarse la Hostia, el pequeño mareo que había sentido se convirtió en un terremoto. Mi corazón se abrió en pedazos, mis ojos explotaron, y aunque veía la Hostia en sus manos, ya no era un pedazo de pan. No sé como, pero supe instantáneamente, más profunda y verdaderamente de lo que he sabido nunca nada, que aquello era, de hecho, Jesucristo. Nunca he querido nada con más plenitud en mi vida. Quería postrarme largo en el suelo de esa habitación de fluorescentes. Quería asaltar el altar y consumirle a Él. Quería contemplar ese extraño pedazo plano de pan hasta mi último aliento... y a la vez pensaba que no podría resistirlo ni un momento más. me pareció una eternidad, y durante esa eternidad, me di cuenta de que toda esa cosa católica de 'no es pan, es Jesús' era verdad. Si esa chaladura era verdad (afrontémoslo, esta verdad es una locura de la forma más hermosa posible) entonces todo eso era verdad. Me arrodillé abrumado mientras esos católicos iban hacia el altar, al lugar del sacrificio, al sacerdote que representa a Dios, a recibir a Jesús. ¡A mi Jesús!"

La vida después

Al día siguiente era Navidad, y muchos asuntos familiares les distrajeron. Pero al otro, en San Esteban, Jenna y Paul fueron a pasear. Hablaron y lloraron y hablaron otra vez durante 4 horas. Jenna también había sentido algo parecido. Paul sentía que Dios quería que fuesen católicos.

 

El domingo volvieron a esa parroquia y se apuntaron al curso de iniciación cristiana para adultos. Ocho meses después recibían los óleos de la unción y podían avanzar "a recibir al Creador del Universo en nuestra lengua, consumimos a Quien nos había consumido".

Estaban plenamente incorporados a la Iglesia. En una época de noticias confusas y alborotos, afirma hoy, "Dios aún habla, las vidas aún son transformadas por el amor sacrificial, inacabable y abrumador de Dios, la Iglesia está llena de verdad, belleza y bondad y en medio de los escándalos o herejías es aún pilar y fundamento de la verdad. Que nunca lo olvidemos. Que nunca olvidemos el poder de Nuestro Señor en la Eucaristía", escribe.