Una de los más relevantes entre los primeros decretos martiriales del Papa Francisco es el de un niño de 14 años, Rolando Rivi, por las peculiares circunstancias históricas de su muerte: en la Italia de 1945 y por partisanos comunistas, aclamados por la propaganda de postguerra como luchadores por la libertad.


Rolando nació en 1931 en San Valentino, cerca de Castellarano (Reggio Emilia), como el segundo de los tres hijos de Roberto y Albertina, granjeros de profunda fe y religiosidad. Muy pronto sitió la vocación sacerdotal, e ingresó en 1942, con sólo once años, en el seminario de Marola. El 1 de octubre lo apuntó como el día más feliz: fue cuando tomó la sotana.

Solía animar a sus compañeros con estas palabras: "Un día, con la ayuda de Dios, seremos sacerdotes. Yo seré misionero. Quiero llevar a Jesús a quienes no Le conocen. Nuestro deber como sacerdotes es rezar mucho y salvar almas para llevarlas al paraíso".


En 1944, cuando Italia cambió de bando en la Segunda Guerra Mundial y fue invadida por los alemanes, el adolescente Rivi tuvo que abandonar los estudios, porque los nazis cerraron el centro y dispersaron a los seminaristas enviándolos a sus casas.

Fuera del seminario y sin haber recibido ni las órdenes menores, Rolando no tenía obligación de llevar la sotana, pero siguió haciéndolo mientras mantenía su colaboración con la Acción Católica y daba catequesis en la iglesia. Y eso que los tiempos eran peligrosos. En su región había numerosas partidas comunistas que realizaban acciones de sabotaje contra los alemanes, pero que preparaban también el futuro del país mostrando su odio a la Iglesia, con el asesinato de varios sacerdotes.


"¡Quítate la sotana! Es mejor que no la utilices", le rogaban sus padres. Pero el niño daba muestras de determinación: "Pero ¿por qué? ¿Qué mal hago llevándolo? No tengo ninguna razón para dejar de usarlo. Estudio para ser sacerdote y debo vestir en señal de que pertenezco a Jesús". En alguna ocasión, los partisanos de la zona le habían insultado con obscenidades al encontrarse con él en algún camino. En el pueblo le conocían como "el curita". "No tengo miedo ni estoy asustado. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios", respondía a quien le aconsejaba que vistiese de seglar.

Rolando continuó sus prácticas de piedad en la parroquia de su pueblo, donde el párroco, Olinto Marzocchini, fue atacado en una ocasión por los comunistas, así como el joven sacerdote Alberto Camellini, recién llegado a San Valentino.

El chico tenía gran admiración por su párroco: "¡Qué hermoso ser como él! ¡Celebrar misa con Jesús en mis manos, llevar el alma de Jesús...!". Con esa devoción, el 10 de abril de 1945 tocó el organo y acompañó al coro en la misa solemne, y al terminar recogió sus cosas y, ataviado con su inseparable sotana, atravesó el bosque camino a su hogar, adonde nunca llegó.


Sus padres y vecinos temieron lo peor. Se le buscó durante tres días, hasta que su padre y Don Alberto encontraron el cadáver, plagado de señales de tortura y martirio. Como se supo después, el joven seminarista padeció tres días continuados de tormentos y humillaciones, con insultos a Dios, Cristo y la Iglesia. Lo primero que le hicieron fue quitarle la sotana y pegarle a conciencia con un cinturón.

Al final le llevaron entre los árboles de Piane di Monchio, dejando un reguero de sangre por las heridas causadas. El niño lloró pidiendo que le perdonasen la vida, pero cuando recibió una patada como respuesta, comprendió que todo era inútil. Sólo rogó que le dejasen rezar antes de morir. Lo hizo por sus padres y por sus asesinos. Luego recibió dos tiros, uno en la cabeza y otro cerca del corazón, y le semienterraron. La sotana se la quedaron los asesinos como trofeo y la anudaron para convertirla en pelota de fútbol.

Tras un entierro sumario, después de la liberación, el 29 de mayo, recibió el homenaje de todos los parroquianos, y su tumba comenzó a ser lugar de peregrinación, con diversas curaciones atribuidas a su intercesión. En 2006 se abrió en la diócesis de Modena su causa de beatificación, y tras certificar en mayo de 2012 la correspondiente comisión de la Congregación que su muerte fue un martirio in odium fidei, este Jueves Santo el Papa Francisco lo proclamó para todo el mundo, preludio de su beatificación.


Pocos días antes de morir, justo el Jueves Santo de 1945, Rolando había escrito este pensamiento: "Jesús, te doy gracias porque te nos has dado en la Santa Hostia y estás siempre con nosotros. Ayúdame a volver pronto al seminario para convertirme en sacerdote". Jesús hizo algo mejor: asimilarle a su Calvario para llevarle más deprisa a la gloria.