Hace cuarenta años, en esta pequeña calle a sólo unos metros del Vaticano, Raniero Mancinelli se convirtió en la persona que haría la ropa que llevarían los Papas.
 
“Más de uno, he hecho más de uno”, confiesa. A partir de Juan Pablo II, el Vaticano confió en las manos de Mancinelli las vestiduras papales. Fue también en ese momento cuando conoció al cardenal Joseph Ratzinger: "Todo el mundo le describe como una persona fría, un poco rígida. Sin embargo, al conocerle vi que era una persona muy simpática, humilde, modesta, cariñosa y dulce”.

A lo largo de los años, hizo varias sotanas al cardenal Ratzinger. Por eso, en 2005, cuando salió del cónclave como Benedicto XVI, lo más natural es que fuera él el encargado de preparar sus sotanas blancas: “Al principio no podía creerlo. Estaba muy emocionado y un poco en shock porque para mí era un honor. Poder decir que parte de mi trabajo es para el Papa es algo que me da mucha alegría y satisfacción”. Con orgullo expone en el interior de su tienda la fotografía del día en que pudo entregar personalmente su trabajo al Papa.

Raniero Mancinelli dice que está triste por su renuncia. Es posible que el próxima Papa también se encuentre entre sus clientes, pero no se atreve a dar nombres: "Conozco a muchos cardenales, pero no puedo decir nombres. Puede ser uno y otro, no es fácil porque ha sido muy repentino. No ha habido tiempo para preparase, para decir si será uno u otro”.

Mientras tanto, prefiere centrarse en Benedicto XVI y mostrar su admiración por él. A pesar de la tristeza por la despedida, se alegra de que no se vaya muy lejos y espera poder seguir vistiéndole tras la renuncia.