Jennifer Risper y Christina Wirth se conocieron en 2005 cuando coincidieron como compañeras de habitación en la Vanderbilt University de Nashville (Tennessee, Estados Unidos), en cuyo equipo de baloncesto empezaron a jugar nada más llegar al campus.

En 2009 fueron elegidas en el draft de la WNBA, la liga de baloncesto profesional femenino, y Christina ayudó a su equipo, Indiana Fever, a alcanzar la final del campeonato, que perdieron tras cinco intensos partidos.

Ya convertidas en amigas, decidieron dar un salto a Europa y, siguiendo la ruta de muchos jugadores de baloncesto, convertirse en estrellas en las competiciones del viejo continente. Juntas ficharon por equipos de Eslovaquia, Portugal y, ahora, Rumanía. Que es donde han hecho una nueva y radical opción, y también juntas: convertirse en misioneras católicas.


Será en el mes de mayo, cuando acabe la temporada. "Comprendí que Dios quería utilizarme como instrumento a través del deporte. He tenido éxito por la gracia de Dios, y me pregunté si sería capaz de influir sobre otros deportistas. Y pensé que realmente puedo, y quiero", explica Jennifer a Varsity Catholic, la institución con la que colaborarán, y que se dedica precisamente a esa misión, evangelizar el mundo del deporte.

A partir del próximo otoño, se incorporarán al equipo de doce misioneros a tiempo completo que manda Focus (The Fellowship of Catholic University Students, Hermandad de Estudiantes Universitarios Católicos), organización en la que está integrada Varsity Catholic. Focus tiene presencia en 74 campus de Estados Unidos, de los cuales 12 los cubre Varsity Catholic, creada en 2007.

"Es una oportunidad realmente especial e importante llevar la fe católica a la gente, y en particular a los deportistas", dice Christina.

Ella y Jennifer serán las primeras deportistas profesionales que tomarán parte en este peculiar apostolado: "La forma en que nuestra cultura mira a los deportistas crea una gran presión y expectación, pero también una plataforma que puede ser utilizada para difundir el Evangelio", afirma Christina antes de añadir que "es importante influir en la vida de los deportistas para que crezcan personalmente, pero también para mostrarles la gran oportunidad que tienen de llevar a otras personas a Cristo".


Ambas jugadoras hicieron juntas ese recorrido de profundización. "A veces eres la única cristiana del equipo. En Vanderbilt había otras, pero fue magnífico que una de ellas fuese mi compañera de habitación. Nos ayudamos una a otra a llevar una vida mejor, incluso en las cosas pequeñas", dice Jennifer, quien explica que Christina le ayudó a redescubrir su fe católica, que llevaba años cuestionando hasta el punto de considerarse "cristiana sin denominación".
 
Y Christina añade: "Estos dos últimos años han sido un viaje maravilloso juntas para crecer en nuestra fe católica y en santidad. Lo mejor es que Dios me dio la gracia de abrir mis ojos a lo que Él quería de mí, y que tuve a mi mejor amiga para animarme a hacerlo".

"Nuestra vida no es tan glamurosa como la gente cree", prosigue: "Nuestra cultura idolatra a los deportistas, pero al finalizar el día quieres tener algo que sea eterno. Estamos hecho para algo mucho mayor que la fama o el poder, y comprenderlo me hizo decirle a Dios: Tú sabes lo que es mejor para mí, así que yo lo quiero también".


"Será un periodo maravilloso para crecer junto a Cristo y discernir mi vocación de manera más profunda", dice Jennifer pensando en su futuro inmediato.

Están "nerviosas" pero felices, le transmiten a Katy Zweifel, que firma el reportaje, y no confían en sus fuerzas sino en Dios: "Mis temores se alivian con la oración, y Dios me recuerda que Él es glorificado en mi debilidad. Le digo que hago esto porque creo que es lo que Él me ha llamado a hacer, y que estoy dispuesta. Así que iré, y cuando vaya a los campus... le pediré a Dios que esté conmigo". Firmado: Jennifer y Christina, jugadoras de baloncesto. Dos valientes.