Marta Barral Nieto nació en Madrid en 1973 y es misionera laica javeriana en Chad. Previamente estuvo en misión en Honduras, Panamá, Burundi y Timor Oriental. Actualmente trabaja en una zona rural del sur de Chad, "no de lo más desértico del país", atendiendo a madres enfermas de sida, trabajando para que la enfermedad no se contagie a sus hijos y ayudando a formar educadores en una salud sexual y afectiva completa.


Si se le pregunta cuándo ha sentido más impotencia, no puede elegir. “Siento impotencia todos los días, toda mi vida misionera. Ves que lo que haces es una gota en el océano, pero se trata de compartir la vida con las personas, sufrir con ellos, como ellos, aceptar que la realidad es más grande que tú. Pero eso no significa que tú no importes nada: tu presencia importa, para la gente en las misiones no es lo mismo que estés o no estés”.


Cuando uno vive historias desgarradoras de pobreza y enfermedad con frecuencia, la espiritualidad es una fuente de entereza. “Yo intento ser muy disciplinada en mi oración, y más en Chad, donde no tengo comunidad religiosa. Leo el Evangelio del día antes de acostarme y lo medito. Una vez a la semana quedo con un amigo, un misionero laico francés, enviado por las diócesis francesas, y leemos el Evangelio del domingo, y hablamos de nuestra vida, lo que nos pasa”.


Marta tuvo inclinación misionera ya de niña. En su colegio de jesuitinas se celebraba la Infancia Misionera y se hablaba de los colegios de misiones. También lo hacía su madre, maestra en un colegio de Clérigos de San Viator. Cuando tenía unos 18 o 19 años, unos misioneros javerianos visitaron su parroquia de San Vicente Paúl de Madrid y ella sintió la llamada. A los 20 años tenía clara su vocación misionera.


En Burundi trabajó durante tres años con los pigmeos batwa, despreciados y olvidados tanto por los tutsis como por los hutus. “La adaptación fue dura, pero yo tenía la seguridad de que era lo mío. Allí aprendí a relativizar la vida en Occidente y aprendí a centrarme en las cosas más auténticas de la vida”.

Su siguiente destino de larga duración fue Timor, un diminuto enclave católico en ese mar musulmán que es Indonesia.

“Fui allí como cooperante de una ONG aconfesional, Paz y Desarrollo. cooperante. Llegué justo después de la independencia, en un momento muy inestable. Me parecía un trocito de África perdido en medio de Asia, porque en el periodo portugués habían llegado emigrantes del África portuguesa. Era una mezcla malasia y melanesia con elementos afroportugueses".

"Los timorenses odiaban al ejército indonesio y a la dictadura de Suharto, que les había oprimido, pero no había odio hacia el pueblo indonesio, ni le culpan. Hay muchos matrimonios mixtos, por ejemplo. Aún hoy importan todo de Indonesia. Buscan su identidad porque tienen muchas etnias y grupos: todos eran pro-independencia pero ahora buscan lo que les una”.


La Iglesia Católica es muy respetada en Timor. El dominio indonesio sólo permitía reuniones públicas con motivos religiosos, así que los actos masivos de devoción popular y las parroquias eran centros de resistencia. El obispo recibió el Premio Nobel de la Paz. Pero la fe no es muy profunda. “Hay que tener en cuenta que en 1974 sólo había un 20% de católicos, pero como Indonesia exigía que cada persona expusiese su religión en los documentes, el 90% escogió el catolicismo para esquivar el Islam”, señala Marta.


Como casi todos los misioneros, Marta es una persona valiente que sin embargo ha vivido algunos sustos.
“Yo era misionera novata en Honduras y un escorpión se afincó en mi cama, y yo no podía ni dormir ni llamar a nadie, ni matarle, y pasé toda la noche asustada vigilando al bicho”, recuerda.

Pasó más miedo en Bukavu, en el Congo. “Estábamos visitando unos amigos javerianos y en nuestro Land Rover llevábamos un niño de Burundi adoptado por una amiga. Resulta que se había extendido el rumor de que los blancos de la ONU robaban niños congoleños, y una multitud nos vio con el niño negro y nos rodeó furiosa, balanceaban nuestro coche y yo pasé miedo de verdad. Un misionero en suahili intentó explicar la situación, pero salimos porque mi amiga, la conductora, aprovechó que era un coche grande para salir de allí a lo nadie-me-para”.

Hoy Marta está volcada en un proyecto de acogida de huérfanos en el suroeste de Chad. “Tenemos 1.300 niños identificados y sólo estamos atendiendo a 530, el 40%, porque no nos llegan los fondos para más. Necesitamos ayuda, por ejemplo de la Infancia Misionera. Queremos que cada uno de esos niños sepa desde pequeño que es importante para alguien, que nos preocupamos por él, seguimos sus estudios, su salud, su situación”.


En Chad no existe la idea de “las mujeres y los niños primero”, y menos si los niños no son ni siquiera hijos propios, sino sobrinos o primos. Los derechos del niño son una aportación de la cultura judeocristiana ajena al país. “Educamos desde las parroquias y las escuelas para cambiar esta actitud”, explica Marta.

Chad es el peor país del mundo en mortalidad materno-infantil. En estas condiciones, parece milagroso lo que consigue el equipo de Marta, que bloquea la transmisión del sida de madres a bebé en una gran mayoría de casos.

“Y ahora empezamos a trabajar mucho la prevención con adolescentes: hay chicas infectadas a los 13 años, chicas que se casan con 16 años; es una cultura muy distinta y hay mucho trabajo que hacer”.


Para apoyar la Infancia Misionera puede visitar: www.omp.es