Se ordenó sacerdote en mayo, con 25 años, y cinco meses después daba la absolución a Belén, la sexta de los hermanos.


En el Madrid Arena.


Nunca es ajeno al dolor humano.


Porque Cristo en la cruz lo sufrió en su propia carne.


Permitió la muerte de su Hijo, el Inocente máximo.


De aquello sacó el máximo bien, la Redención.


Bienes espirituales.


Cientos de personas se han convertido al conocer su historia o al asistir al funeral.


La muerte nos tiene que llegar de un modo o de otro.


Lo importante no es la edad sino saber que esto es un peregrinar.


La verdadera viene luego.


Ella decía que a quien muere el sábado se lo lleva la Virgen.


Le diría que la muerte no tiene la última palabra.


Ya lo decía San Pablo.


Que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe.


Porque la fe es razonada.


Se basa en hechos: la existencia, muerte y resurrección de Cristo.


Porque Dios nos deja libres para que creamos o no.


No, tuvo dolor y tristeza, pero también paz.


Fue duro por la distancia, pero providencial porque estaba con mi padre.


Pero se pasaron 11 horas en el aeropuerto de Río y 11 en el avión.

“¿Estás preparada para abrazar la cruz?”


“Con todas mis fuerzas”, me dijo.


No; tiene fe.


Es creer que Dios nos ama.

Alegre, servicial, sacrificada.

Las típicas peleas con sus hermanas.


Con Natalia, la pequeña, pero luego le escribía notitas pidiéndole perdón.

Dolor y belleza.


El cariño de la gente, el calor de la Iglesia, la gracia de Dios actuando.