La tarde de este 12 de marzo, el Papa Francisco ha estado presente en la Misa celebrada en la Iglesia del Gesù en Roma por el IV centenario de la canonización de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri en 1622. La celebración estuvo presidida por el superior general de los Jesuitas, Arturo Sosa.

En su homilía, tras profundizar en las acciones de Jesús a lo largo de su transfiguración narrada en el Evangelio, Francisco repasó brevemente las cualidades de estos cinco santos, comenzando por San Francisco Javier, uno de los fundadores de la Compañía de Jesús a la que pertenece el propio Francisco.

"Nosotros, los jesuitas, estamos llamados a salir para ir donde el hombre se `enfrenta´ a Dios con su dificultad. Es allí donde debemos estar. Mientras el enemigo quiere convencernos de que volvamos siempre sobre los mismos pasos de la comodidad, el Espíritu sugiere aperturas, envía a los discípulos hasta los últimos rincones del mundo", remarcó en referencia a San Francisco Javier.

La fe estática, un peligro a evitar

Tras recordar la obligación de "luchar para defender nuestra consagración al Señor", Francisco se refirió a Santa Teresa de Jesús para, siguiendo su ejemplo, evitar el peligro "de una fe estática y aparcada", de "considerarse buenos discípulos que en realidad no siguen a Jesús, sino que permanecen inmóviles".

"Para los que siguen a Jesús no es tiempo de dejarse anestesiar por el clima individualista de hoy, en el que se habla y se teoriza mientras se pierde de vista la realidad concreta del Evangelio. Que Santa Teresa nos ayude a salir de nosotros mismos para darnos cuenta de que Él se revela también a través de las heridas de nuestros hermanos, de las dificultades de la humanidad, de los signos de los tiempos".

La oración, transformadora de la realidad

Acto seguido, recordó a San Felipe Neri y San Isidro para recordar el papel intercesor y transformador de la oración.

"Quizá la fuerza de la costumbre nos ha hecho creer que la oración no transforma al hombre y a la historia. Orar es transformar la realidad. Es una misión activa, una intercesión continua. Si la oración está viva `trastoca por dentro´, enciende la alegría, provoca continuamente que nos dejemos inquietar por el grito sufriente del mundo", mencionó.

Antes de concluir, el Papa se refirió a San Ignacio de Loyola como un ejemplo para evitar "la tentación de convertir en primarias necesidades secundarias".

Haciendo esto, explicó, "corremos el riesgo de concentrarnos en costumbres que fijan nuestro corazón en lo pasajero y nos hacen olvidar lo que permanece. Que el santo padre Ignacio nos ayude a custodiar el discernimiento, nuestra preciosa herencia, tesoro siempre válido para difundir en la Iglesia y en el mundo, que nos permite `ver nuevas todas las cosas en Cristo´, concluyó el pontífice.