De todos es sabido que el pueblo gallego guarda un especial cariño y reverencia a sus difuntos. Una muestra de ello lo encontramos en el hecho de que los camposantos o cementerios, en la mayor parte de nuestras parroquias del ámbito rural, abrazan el templo parroquial, como un elemento de alto significado porque a través de esta cercanía se une, misteriosamente, la Iglesia de los que peregrinamos en la tierra con los que ya se encuentra en la eternidad.

Aunque este hecho, desde el punto de vista patrimonial y artístico, tiene sus inconvenientes, sin embargo, el simbolismo espiritual encierra una motivación muy hermosa: queremos que nuestros difuntos sigan estando presentes allí donde habita el mejor vecino de la parroquia que es Jesucristo, ese Dios con vosotros que está en los sagrarios de nuestras parroquias y es el Dios de los vivos, también de los que han muerto porque «viven en el Señor».

Algunos antropólogos sostienen que en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, los celtas celebraban el Samaín, que era una celebración en honor de los antepasados. Parece ser que los irlandeses y escoceses que emigraron a los Estados Unidos en el siglo XIX llevaron consigo sus fiestas más entrañables, entre ellas la conmemoración de los difuntos: el Samaín que allí pasó a denominarse Halloween (vísperas de Todos los Santos).

No voy a entrar a analizar si esto ha sido así o no; lo que sí es cierto es que, de un tiempo a esta parte, se está extendiendo la costumbre, en muchos aspectos ajena a nuestra cultura multisecular, de celebrar Halloween a través de aspectos esperpénticos de la muerte, máscaras, disfraces de personajes del mundo de la ficción y del terror.

Da la sensación de que la muerte es una realidad poco seria y que puede tomarse a broma o, incluso, se llega a caricaturizar con expresiones del terror fantástico que llega a nosotros a través de la televisión. La distorsión de un hecho tan serio como el morir, gracias a la fuerte influencia de las cadenas comerciales, ha llegado a penetrar incluso en los centros confesionales cristianos que se dedican a la docencia, de tal modo que está establecido en el calendario de sus actividades la celebración del Halloween.

Estoy por asegurar que los antiguos pobladores celtas de nuestras tierras no se disfrazaban de personajes del mundo del terror, sino que se reunirían en torno a las tumbas de sus antepasados para celebrar algunos ritos de «comunión» de los vivos con los muertos. Sin embargo, la sociedad de consumo ha visto un filón interesante para exportar del mundo estadounidense los aspectos lúdico-comerciales del Halloween, por cierto, con mucho éxito.

Desde hace unos años, no muchos, algunos grupos de cristianos y también varias diócesis españolas han presentado una forma especial para acercarse, sobre todo, a los niños y jóvenes, de tal modo que puedan recibir otro mensaje frente a la celebración pagana de la muerte.

Ha surgido el día de Holywins, es decir, «la santidad vence» o, quizás mejor, «los santos ganan». En ese día se invita a vestirse de santos, de manera especial, de los santos preferidos y aquellos a los que se tiene especial devoción, para expresar así que la muerte también tiene otro rostro, el de aquellos que a lo largo de sus vidas se entregaron al servicio de los demás y lucharon por encarnar en su existencia las virtudes humanas y sobrenaturales: los santos.

Desde aquí felicito a las Delegaciones episcopales para la Causa de los Santos y para la Pastoral Juvenil y de la Universidad de la diócesis de Orense, por haberse dejado llevar de la creatividad positiva a la hora de apostar por otra manera, más auténtica y hermosa, de vivir la Fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos. A pesar de los aparentes fracasos, les animo a seguir con este empeño que no solo es una tarea evangelizadora sino también, una realidad auténticamente cultural que va al fondo de las raíces de nuestras creencias religiosas, y de una genuina veneración y respecto por nuestros queridos fieles difuntos, que se merecen ser recordados de una manera más seria.

Monseñor Leonardo Lemos es obispo de Orense.

Tomado de Ecclesia.