Me he pasado años dando vueltas felizmente alrededor del buen humor de Cristo. Hasta he escrito un libro. Los milagros despliegan una gracia especial. Entre otras cosas, llama mucho la atención la de veces que Jesús le pide a los curados que no cuenten nada, y éstos, en cambio, enseguida se ponen a darle al pico.

Sobre tanta desobediente locuacidad ensayé interpretaciones diversas. Gracias al milagro de Jimena, la joven que ha recuperado la vista en la JMJ, he visto una explicación más sencilla. Y por eso –navajita plateá de Ockham–, seguramente correcta.

Jesús pediría que no lo dijesen a nadie para no crearles problemas. Uno va por ahí diciendo que le han regalado un milagro y se le echan encima toneladas de una paradójica mezcla: incredulidad y envidia. Que provoca comentarios cínicos y desdeñosos o los ilustrativos sobre la mayor importancia de los milagros espirituales. Ya pueden los médicos haber dicho que la ceguera era irreversible, que la gente te ve viendo y empieza a buscarle los tres pies a las dioptrías. También a ofenderse porque se cure a una cieguita y no a todos los socios de la ONCE solidariamente. Aunque contra eso ya recordó Jesús que había muchas viudas en los tiempos de Elías, pero que el profeta asistió a la que le dio la gana; como hacía Él, y hace.

Mi nueva tesis explicaría por qué los curados, en vez de obedecer a su sanador, corrían a contarlo. Se habían dado cuenta de que Jesús les mandaba callar para seguir mimándolos y ellos ya tenían mimos de sobra y ahora arrostraban el peligro con gusto.

Lo he visto claro porque Jimena, que también ha proclamado a voz en grito su agradecimiento, tendrá que pasar por todo eso. Aunque no se la ve tímida.

Nosotros se lo agradecemos por todo lo que este milagro implica, también de gracia de Cristo. Con un golpe de mano de misericordia, Él se ha puesto en el centro de las noticias de la JMJ, y a su madre, la Virgen, por mediación de la cual se pedía la curación. Es un recordatorio, además, de que frente a los problemas del mundo hay que contar, antes que nada, con la fuerza de su brazo. Luego, ha tenido la pequeña humorada de hacérselo, entre todos, a una chica que iba con un grupo del Opus Dei, institución algo zarandeada últimamente. Se ve que los últimos serán los primeros. Por último, comprobamos que la mano de Dios es más espectacular que todos los espectáculos de luz, humos y sonidos. Ja, ja, digo, amén.

Publicado en Diario de Cádiz.