Ha pasado la Semana Santa y el Domingo de Resurrección y ha tocado regresar al redil. De acuerdo con la mal llamada Dirección General de Tráfico –que debería denominarse de Tránsito o Circulación–, millones de vehículos se han movido estos días por las carreteras españolas, especialmente en las jornadas de salida de las grandes ciudades y en las de retorno a las madrigueras.

Así será cuando así lo dice tan competente autoridad, pero a mí me asalta una duda: ¿y cómo cuentan tanto ir y venir de ese número enorme de vehículos? Supongo que tendrán algún método o mecanismo que les permita evaluar tamaño trasiego, pero personalmente me gustaría conocerlo para creérmelo del todo, porque estoy un poco escamado de las grandes cifras que se publican alegremente en los medios de información. De la Guardia Civil no dudo, dada su seriedad. Además soy nieto del Cuerpo y quieras que no me siento afín a la Benemérita; pero no todo el mundo que divulga grandes cifras lleva tricornio.
 
Pongo ejemplos: de pronto aparecen unos que dicen que los españoles tiramos a la basura cantidades ingentes de comida, mientras hay personas que pasan hambre. Bueno, eso dicen. Ahora bien, ¿cómo conocen las cantidades que esos tales difunden? ¿Están al pie de los contendedores de “residuos sólidos urbanos” para tomar nota de los desperdicios que allí se depositan para sumar y llegar a sus fabulosas cifras? ¿O lo hacen en las plantas de reciclaje? O, simplemente, calculan a ojo de buen cubero lo que la gente desperdicia por lo que ellos mismos tiran a la basura.
 
Otros nos dicen, así, por las buenas, que el hambre crece en el mundo, que cada día hay más hambre en la bolita azul que habitamos, mientras crece en la misma proporción la riqueza de los ricos, pero sin aportar nunca cifras concretas de grupos humanos en lugares concretos. Sin embargo, cuando nos acercamos a quienes husmean en los números económicos de la riqueza mundial y su distribución planetaria, descubrimos que el hambre se halla en retroceso en todas partes, salvo quizás en alguna zona muy local a causa, por lo general, de guerras particulares por muy diferentes motivos.
 
Ahora bien, como nunca explican de dónde proceden las cifras tremendistas que difunden ni su rigor científico, cualquiera puede predecir el fin del mundo un día de estos como un Pepe Smith cualquiera. Los vaticinadores no tienen que preocuparse por su verosimilitud o falta de ella. Para que se propague un bulo o una maldad, sólo hace falta lanzarla a los cuatro vientos. Los medios informativos, con su falta generalizada de rigor y discernimiento, ya se encargarán de hacer rodar la bola en toda dirección.
 
Pero los propagandistas de las causas más dispares y disparatadas no están solos en estos menesteres. Hay muchos colaboradores en la difusión de mandangas inquietantes, como eso del calentamiento de la atmósfera o el cambio climático, que muchos lo repiten como papagayos tal que si fuera un dogma de fe.
 
Naturalmente que no vivimos en el mejor de los mundos. Eso no lo alcanzaremos nunca. Mas pese a todo, la gente vive mucho mejor en la mayor parte de la Tierra que hace cien o cincuenta años. En el aspecto material, la expansión de bienes y servicios es cada día mayor, gracias, hay que reconocerlo, al capitalismo extensivo.

Capitalismo hay siempre, cualquiera sea el sistema económico que se adopte, pero no todos rinden los mismos resultados. Sólo el de raíz personalista y libre produce los beneficios que todo el mundo desea. Personalmente lo tengo muy claro. Me basta saber lo que un grupo o partido político propone en el terreno económico para concluir si es dirigista totalitario o defensor de las libertades personales responsables. Es decir, distinguir entre el mal y el bien personales y sociales.