En estos días navideños los cristianos celebramos con alegría la venida al mundo del Salvador, su Nacimiento, o dicho de otra manera, su cumpleaños. Ya en la Anunciación, el ángel Gabriel nos dice de Él: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). Desde el momento en el que María dice al ángel Gabriel “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), María sabe que está embarazada y que es la Madre del Salvador, como por otra parte se lo recuerda Santa Isabel cuando le dice: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!, ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (Lc 1,42-43).
 
Y en el inicio del evangelio de San Juan leemos: “El mundo se hizo por medio de Él, y el mundo no lo conoció, Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1,1012). Y es que hay bastantes a quienes les repele el Niño Jesús, pues como profetizó Simeón en el Templo ese Niño, “será como un signo de contradicción” (Lc 1,34), pues no tienen inconveniente en tener unos días de fiestas, siempre que el Niño Jesús sea el gran ausente de ellas. Creyentes y no creyentes tenemos, en consecuencia, posturas muy diversas que afectan a muchos aspectos de la vida, como pueden ser nuestra distinta concepción del origen de la Creación y de la vida humana.
 
Ahora bien, ¿qué es lo que dicen las ciencias sobre estos asuntos? La teoría científica hoy más en boga sostiene una antigüedad de nuestro Universo de unos catorce o quince mil millones de años. El Universo parece haberse formado como consecuencia de una gran explosión llamada Big Bang, habiendo sido formulada esta teoría de un modo metódico y científico por el astrofísico y sacerdote belga Georges Lemaître en 1930, no permitiéndonos los conocimientos científicos actuales decir nada de lo que había antes o en el momento inicial de la explosión, salvo que esta teoría parece incompatible con la convicción atea de un Universo sin principio.

Por tanto la frase bíblica “Al principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen 1,1) no afirma sólo una verdad religiosa, sino también una verdad científica: el mundo tiene un Creador, que según la Biblia es el Verbo de Dios, del que nos dice: “Por medio de Él se hizo todo” (Jn 1,3). Me gustaría, por tanto, saber cómo explican los ateos este inicio del Universo y la Creación entera sin un Ser inteligente detrás.
 
En lo referente al inicio de la vida humana la doctrina de la Iglesia sobre este punto es clarísima, como nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Por tanto, la vida, desde su concepción, ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et Spes, 51).
 
Recordemos simplemente que hasta 1677 no se descubrieron los espermatozoides y que hay que esperar hasta el siglo XIX para que en 1827 se descubra el óvulo y hasta 1866 no se descubren los cromosomas. En los últimos años, en cambio, los avances científicos se multiplican. El Proyecto Genoma Humano se completa y termina en el 2003. En el Manifiesto de Madrid, encabezado por científicos de la talla de Nicolás Jouve y César Nombela y firmado por otros numerosos científicos, se nos dice: “En primer lugar, reclamamos una correcta interpretación de los datos de la ciencia en relación con la vida humana en todas sus etapas y a este respecto deseamos se tengan en consideración los siguientes hechos:
 
a) Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación. Los conocimientos más actuales así lo demuestran: la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad genética singular; la Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad.

...
 
d) La naturaleza biológica del embrión y del feto humano es independiente del modo en que se haya originado, bien sea proveniente de una reproducción natural o producto de reproducción asistida.

...
 
g) El aborto es un drama con dos víctimas: una muere y la otra sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable. Quien aborta es siempre la madre y quien sufre las consecuencias también, aunque sea el resultado de una relación compartida y voluntaria.

...

j) El aborto es además una tragedia para la sociedad. Una sociedad indiferente a la matanza de cerca de 120.000 bebés al año es una sociedad fracasada y enferma”.
 
Mientras los no creyentes son partidarios de la cultura de la muerte, y nos hablan del derecho al aborto, reconocido como tal en las leyes orgánicas 2/2010 y 11/2015 (leemos en la Ley de 2010, en su artículo 3 párrafo 2, esta breve pero suficiente frase: “Se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida”), los creyentes en cambio creemos en la civilización de la Vida y en Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), y ya en el Antiguo Testamento nos puso como uno de los mandamientos del Decálogo el “No matarás”.

Por eso ahora en Navidad los creyentes debemos estar especialmente contentos, porque no sólo nos ha nacido un Salvador, que no sólo salva sino que nos hace hijos de Dios, sino que además nos enseña que podemos y debemos creer también en la Vida.