Durante la última década, más o menos, he estado reuniendo una serie de figuras de belén de Fontanini, de tamaño medio, que representan a distintos personajes de una aldea judía, entre los que se incluyen artesanos, pastores (y sus ovejas), granjeros (con gallinas y un pavo ahistórico), viticultores, herreros, músicos, tejedoras y unos pescadores (uno despierto, el otro durmiendo). Como el colosal belén napolitano de la basílica de los santos Cosme y Damián en Roma, es un recordatorio de que el Señor Jesús nació en medio de la humanidad y su caótica historia: la historia que el Niño ha venido a devolver a su verdadero curso, que lleva a Dios. El caos de la historia es una advertencia para que el sentimentalismo no prevalezca sobre la Navidad; también lo son algunas verdades desafiantes sobre María, José y su lugar en lo que los teólogos llaman la "economía de la salvación".
 
¿Por qué desafiantes? Porque María y José fueron llamados a educar a su hijo en la fe de Israel y a dejarlo ir, incluso a renunciar a sus reivindicaciones humanas sobre él, para que así pudiera ser lo que Dios Padre quería y el mundo necesitaba.
 
Cuando Lucas nos dice que María conservaba todo lo que le sucedía a ella y a su hijo "en su corazón" (Lc 2, 52), tal vez nos imaginamos que estaba meditando lo que el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar describió una vez como una gran separación: cuando nació, Jesús "se separó de ella para volver al Padre a través del mundo". Algunos acogieron el mensaje que predicó en su peregrinación mesiánica; otros se resistieron. Y esa resistencia (en la que el Maligno tuvo una parte importante) acabó llevándole al Calvario, donde la espada prometida por Simón en Lucas 2, 25 traspasó el alma de María. Entonces, en el cuadro a los pies de la cruz, como retrató Miguel Ángel en la Piedad, María ofreció la afirmación silenciosa al deseo de Dios, que ella ya había aceptado una vez en la Anunciación con estas palabras: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
 
Las últimas palabras de María citadas en el Nuevo Testamento —"Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5)— subrayan que el papel de María, que recibe la Palabra Encarnada de Dios en la Anunciación y le da vida en la Natividad, ha sido siempre renunciar a su Hijo: apuntar, más allá de ella misma, a Él y llamar a los otros para que le obedecieran. Entonces, lo que Balthasar describe como una "separación" se aplica a María, pero también a Jesús. María se desprende de los planes que habría podido tener para su vida, y de todo instinto materno que hiciera que su hijo permaneciera cerca de ella, con el fin de llevar a cumplimiento la vocación planificada para ella desde el principio: ser modelo de todo discipulado cristiano, es decir, abandonar mi deseo al deseo de Dios para toda mi vida.
 
Y también está José, otro modelo de don de sí mismo y de renuncia. De nuevo, Hans Urs von Balthasar: "En el fondo de esta escena del nacimiento está José, que renuncia a su propia paternidad y asume el papel de padre adoptivo que le ha sido asignado, proporcionando un ejemplo particularmente impresionante de obediencia cristiana, que puede ser muy difícil de aceptar, sobre todo en la esfera física. Porque uno puede ser pobre porque ha renunciado a todo una vez y para siempre, pero uno puede ser casto sólo por una renuncia diaria a algo que es inalienable en el hombre".
 
Y esto hace de José un modelo para quienes luchan diariamente para vivir, por la gracia, las verdades que afirman sobre el amor humano.
 
Cuidado con el hueco es la omnipresente advertencia que vemos en el metro de Londres, con la que se avisa a los pasajeros del espacio que hay entre el tren y el andén. Es también una sucinta, pero exacta, descripción del drama de la vida cristiana. Porque todos vivimos diariamente en el "hueco" entre la persona que somos y la persona que fuimos llamados a ser en el bautismo. El esfuerzo diario por minimizar ese "hueco", que significa colaborar con la gracia de Dios, es la urdimbre y la trama de la vida espiritual. Por lo tanto, el complemento a las figuras de Fontanini que rodean nuestro pesebre familiar —cada una de las cuales representa una "vida en el hueco" personal y única— es un pequeño adorno navideño con el texto Cuidado con el hueco en nuestro árbol de Navidad. Porque el Niño nacido en Belén es el puente que atraviesa el hueco, y los ángeles encima del árbol anuncian su nacimiento. 
 
¡Feliz y Santa Navidad a todos!

Publicado en First Things.
Traducción de Helena Faccia Serrano.