Pero el «negoci» es el «negoci», como diría un catalán, en este caso sin entrañas, y el boyante negocio de las «turmix» de carne humana no podía venirse abajo por falta de cobertura jurídica, dadas las vinculaciones de los dueños de esas clínicas con los gobernantes actuales y sus compañeros de viaje. De ahí que la ministra de la cosa tenebrosa, Bibiana Odia (den la vuelta al apellido real de esta dama, porque verdaderamente odia a los infantes por nacer) se haya afanado, a falta de otra cosa mejor que hacer, a enhebrar una ley que tiene por objetivo principal cercenar los casos «morines». Es decir, barra libre para asesinar, como Herodes, a los santos inocentes. Y todavía tiene el morro de afirmar, en «sede parlamentaria», como dicen los cursis, que ese proyecto de ley se propone evitar que ninguna mujer vaya a la cárcel por abortar. Por abortar según y cómo, podríamos añadir, pero dejemos de lado ahora ese matiz. Simplemente limitémonos a preguntar a la ministra de la cosa tenebrosa, ¿cuándo se ha encarcelado en España a mujer alguna por abortar? A ver, dígalo si lo sabe, la reto a ello. Ni siquiera en tiempos de Franco, que yo recuerde. Si acaso, muy de tarde en tarde, pudo darse el hecho de alguna zurcidora de estropicios, más por escándalo que por otra cosa, pero tampoco recuerdo ninguno, y no será porque no proliferasen las remendadoras de género. Bien lo sabía mi mujer cuando se hallaba en estado de buena esperanza, que se las recomendaban las vecinas, sin ningún recato ni misterio, porque ellas recurrían a tales «servicios» cada vez que les fallaba la regla.
 
El gobierno impulsa este proyecto porque con él mata –y nunca mejor dicho- tres pájaros de un tiro. En primer lugar pone en casa, si es que no estaban ya, a las clínicas abortistas, en general propiedad de afines. Por otro se suma al plan masónico universal de parar como sea el crecimiento demográfico mundial porque, dicen los mandiles, somos demasiados en el mundo y vamos hacia una catástrofe planetaria si no echamos freno y marcha atrás en la tasa de natalidad. Y, por último, se estimula el sexo irresponsable, procedimiento eficaz para corromper a la juventud, como ya demostró la Escuela marxista de Frankfurt cuando en 1968 lanzó aquello de la liberación sexual y la lucha de generaciones –siempre la lucha y el odio como recursos dialécticos-: «sexo, droga y rock and roll». Ahora a esa trilogía debe añadirse el botellón. Todo muy estimulante, ya que no edificante y virtuoso. Todo muy placentero y hedonista, pero vamos a ver quién frena, dentro de dos generaciones no más, la marea invasora musulmana. ¿Los nietos de los despendolados de ahora? ¿Pero acaso habrá nietos si la mayoría de ellos ni siquiera tienen hijos? ¿En todo caso, cómo conseguirán parar a los nuevos Tarick y Muza? ¿Liándose el turbante a la cabeza para confundirse con el invasor? ¿O imponiendo el chador a las mujeres para no herir la sensibilidad de los turistas de la media luna? ¿O mejor con burka hasta los pies?
 
P.S.- ¿Cuándo se piensa dar de baja en nuestro club privado al submarino José Bono, acólito de la cofradía de Judas?