Siguen vivas las preguntas de Jesús de Nazaret a sus discípulos en Caná de Galilea: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Ante tantas respuestas del mundo, algunas incluso muy contrarias a Él, los discípulos de hoy, como los primeros, seguimos con la misma respuesta que es la que refleja la celebración del próximo domingo «Jesucristo, Rey del Universo», Señor de todo lo creado.  Como en tiempos antiguos y en tiempos no lejanos, cuando ideales o, mejor, ideologías sin amor por el hombre se imponían o tratan de imponerse, fascinaban o intentan fascinar a nivel de Absoluto, la Iglesia reconoce y proclama que Jesús es el único Señor que ama a los hombres sin límites y los enseña a amar, como leemos en el capítulo 25 de San Mateo: «Tuve hambre y me diste de comer. . .».

Al reconocer a Jesucristo, «Rey y Señor», como los antiguos cristianos, aspiramos a un mundo más humano gracias a su divina y universal presencia, que es amor y misericordia. Jesucristo muestra su realeza, y hace presente en medio de nosotros su Reino –Reino de la verdad y de la gracia, de la paz y de la justicia, del amor, de Dios, que es Amor–, rebajándose, despojándose de su rango, tomando la condición de esclavo, haciéndose pequeño, obedeciendo y ofreciéndose al Padre por nosotros, hasta la muerte y una muerte de Cruz. Jesucristo reina desde el madero de la Cruz, dando su vida, sirviendo, amando a los hombres hasta el extremo. Ahí, en la Cruz –por algunos tribunales de este mundo «prohibida»–, está toda la Verdad, de la que Cristo es fiel testigo: la verdad de cómo Dios es y ama sin límite a los hombres; y la verdad del hombre. Triturado y escarnecido, pero tan engrandecido y exaltado que de esta manera. Como se da en la Cruz, es amado por Dios. El Reino de Dios es Cristo. Vemos el Reino de Dios en el rostro de Cristo, en su persona. Y  reconocemos en Él, de manera clara y sin complejos, el amor sin límites de Dios, y que es Dios. Por los hombres.

Ahí tenemos a Dios, Dios único y universal: Señor crucificado, identificado con los que sufren, no espectador de las humillaciones, escarnios, injusticias y pobrezas, sino sufriéndolas todas ellas en su propia carne, que es también la nuestra. La Cruz, trono de Cristo, es la señal clara de un amor que lo transforma y vivifica todo, que da sentido a todo. Cristo en la Cruz, Cristo Rey, es Dios Amor, el Sí definitivo e irrevocable de Dios al hombre. Es núcleo y motor de la experiencia y de la vida cristiana, testimonio de la verdad de Dios y del hombre, llamada a dejarse transformar por Dios, haciendo del amor, del perdón, de la misericordia, de la compasión y de la reconciliación, en definitiva de la caridad verdadera, la señal de identidad y el móvil de la existencia cristiana en todo. Celebraremos el domingo la fiesta de Cristo Rey. En unas circunstancias concretas y nada fáciles en España y en el mundo. Que el Señor reine y establezca su reinado de paz y de justicia, de caridad sincera, que es «cielo» ya en la tierra; que sea este día para los cristianos confesión viva de fe y que el Señor y Rey de la historia y de todo lo creado haga de ellos signo viviente de la presencia de su Reino, colaboradores valientes en la instauración de todas las cosas en Él y en la implantación de su reinado social, al que nadie debería temer: se propone a todos, y a nadie se impone como verdad que hace libres, como esperanza que abre al gran futuro al que estamos llamados, como caridad sin límites que renueva todo, como morada de Dios con nosotros, como vida plena y sin fin.

* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de para el Culto Divino y de los Sacramentos.

*Publicado en el diario