La sociedad española está apresada, atenazada de miedo por el temor de los eventuales y posibles contagios y esto está afectando de manera notable a la participación en la Misa dominical, que está sufriendo una notable reducción de asistencia.

Las directrices de los gobiernos de algunas Comunidades Autónomas están llegando a la adopción de medidas humillantes e irrisorias, ridículas, sobre el aforo de templos. En ello y otras medidas menos escandalosas está viéndose claramente limitado el derecho fundamental e inalienable de libertad religiosa y de conciencia.

Pero es que la cosa no queda ahí para no poder ni deber callar, en estos momentos, sin hacerse, de alguna manera, cómplice.

¿Se pueden tolerar leyes o decretos leyes como los aprobados, con urgencia, sin oposición ciudadana adecuada o sin la consulta suficiente y prescrita, sobre eutanasia y sin querer atender a cuidados paliativos, o sobre ampliación a lo ya establecido injustamente sobre el aborto, sobre la educación y el derecho a la libertad de enseñanza?

¿Se pueden imponer a todos enseñanzas morales sobre la sexualidad y tantas cosas más contrarias a convicciones morales y religiosas de padres y de hijos, o el proyecto de aprobación inmediata de la llamada ley «trans», tan contraria a la verdad del hombre y de la mujer y del matrimonio y de la familia?

¿Es permisible la imposición taimada de un pensamiento único? ¿Podemos cruzarnos de brazos ante la invasión de las leyes de género marcadas por la ideología de género tan perniciosa y destructiva?

¿Se puede callar por más tiempo ante tanta destrucción de empleo y creación y aumento progresivo de tantas y tan sangrantes pobrezas? ¿Hay que seguir callando por prudencia ante faltas flagrantes de libertad y de democracia, de respeto a criterios y principios que nos identifican como nación o ante la difusión de criterios venidos de la globalización y de la imposición del poder del mundialismo?

¿Podemos seguir callados como dóciles mandados y domesticados ante la vulneración de la Constitución, o de la sociedad de la convergencia y de la unidad que en ella se refleja y apoya? ¿Y la ley nueva de libertad religiosa que se avecina que, según algunas noticias, será más bien una ley de laicismo, que tratará aún más de olvidar a Dios, y en consecuencia también al hombre?

¿Vamos a permanecer mudos ante los indignantes recortes últimos a las prestaciones por la maternidad, por situarse frente a la mujer y contra la natalidad, como entrañan y significan, de suyo, estos recortes? ¿Estamos locos? ¿Se hace algo o qué se hace contra la explotación de la mujer por la trata supervejatoria de la mujer? ¿A qué tanto feminismo de salón y propaganda si así se actúa? ¿Para qué un ministerio de igualdad si no se protege adecuadamente a la mujer?

¿También vamos a callar, sin reaccionar y sin preparar el terreno y sin movernos para un futuro nuevo y digno, mejor? Que no nos pase como en los preludios de Hitler y del nazismo, o de la revolución rusa, todos tranquilos... y los engulló. Pero que a nosotros no nos coja desprevenidos; el que avisa no es traidor.

Son muchas cosas. ¿Hemos pensado a dónde nos conducen tantas disposiciones, algunas con pretensión de leyes? Sencillamente, al abismo, a la destrucción del hombre y de la sociedad española de la que somos parte. Entre todos no dejaremos que ese sea el destino y desastroso final. Pero hemos de ser conscientes, movernos y actuar.

Me dirán que soy un imprudente, un «facha» o un agitador, pero no puedo ir en contra de mi conciencia ni de la libertad, ni contra los más vulnerables que son víctimas principales de todos ellos, y menos contra el ministerio que Dios gratuitamente por la Iglesia me ha confiado de ser padre servidor de los vulnerables y pastor del pueblo cristiano, frente a los lobos que nos atacan y andan buscando, cual león rugiente, a quien devorar.

Seguiré luchando contra Goliat aunque sea con la aparente frágil y débil honda de la fe en Jesucristo, de la esperanza y de la caridad, y la frágil e insignificante honda de mi palabra escrita, como ahora mismo, siempre a la luz del Evangelio.

Es preciso reflexionar sobre lo que nos llega o está llegando y acertar con la honda. Es hora de ponerse a reflexionar, dialogar y hablar sobre este trípode: a) Pandemia, Dios y el hombre. b) Consecuencias sociales, económicas y morales, nuevas y grandes pobrezas. c) Globalización e Iglesia, globalización y catolicidad, mundialización e Iglesia.

Y para esto hay que, simultáneamente, reflexionar, dialogar y hablar sobre aspectos de la cultura que tratan de imponerse y de los principios que inspiran la pretendida cultura, como el olvido de Dios y la muerte del hombre, la pérdida o negación de la verdad y el dominio de la mentira, las nuevas esclavitudes, que se imponen, la cultura de la muerte.

Pero frente a esto hay que hablar, ofrecer una alternativa, al menos, cultural a esta cultura, que para mí, como creyente y obispo, no podrá apartarse mucho del anuncio y testimonio del Evangelio y de una llamada al cambio y renovación de personas e instituciones, y de esta cultura impuesta.

Hay que abordar los temas de la cultura de la vida, de la nueva civilización del amor, de la ecología integral, de la cultura de la fraternidad, del matrimonio y de la familia, de la verdad y de la libertad, de los derechos humanos fundamentales y su fundamento antropológico, del sentido de la vida y de la muerte; de la visión de la historia, de la semejanza de la caída del Imperio Romano y de otros imperios, caída del imperio o dominio del mundo, de los poderes ocultos; Renacimiento por parte de la Iglesia tras la gran peste de los finales de la Edad Media que marcaron una nueva época. La Iglesia como luz nueva, nueva esperanza, nueva humanidad.

Es necesaria, insisto, al menos una alternativa cultural. Es hora de edificar entre todos, guiados por la fuerza y la luz que viene de lo Alto, y la verdad que nos hace libres, como hijos del Padre nuestro y hermanos de todos, y ser buenos samaritanos dispuestos a sanar heridas, curar, y anunciar el Evangelio, en el que tenemos toda la esperanza y la luz y la salvación. ¡Ay de mí si no evangelizo! ¡Ay de nosotros, si no evangelizamos! Así soy y así pienso y así trato de actuar, con sinceridad y espíritu de servicio.

Publicado en La Razón.