El 5 de febrero, Dries van Agt (1931-2024), quien fuera primer ministro de Holanda de 1977 a 1982, decidió poner fin a su vida junto con su esposa Eugenie.

Aprovechando que esto sucedió justo un día antes del día de San Valentín, varios medios dieron a la noticia un toque romántico destacando el amor tan grande de dicho matrimonio que, después de setenta años de casados, decidió quitarse la vida a través una doble eutanasia. Desafortunadamente, este caso se suma a una serie de programas, artículos y documentales que ponderan la eutanasia y el suicidio asistido como un noble acto lleno de amor y valentía que, además, acorta el sufrimiento, evita la dependencia y permite “despedirse” de esta vida en el momento y de la manera que uno elige.

Así, nuestra sociedad, en la cual abundan las paradojas, aplica medidas tendentes a la prevención del suicidio mientras promueve, cada vez más abiertamente, el suicidio asistido y/o eutanasia. Tal parece que los medios ignoran la estrecha correlación entre la cobertura mediática de los casos de suicidio y el aumento de suicidios en la población, lo cual es llamado suicidio por imitación o “efecto Werther” llamado así por la novela de Goethe Las penas del joven Werther, en la cual el protagonista, quien sufre por un amor mal correspondido, decide quitarse la vida. Tras la exitosa publicación de la novela en 1774, varios jóvenes decidieron suicidarse de manera similar al protagonista.

En 1974 el sociólogo David Phillips demostró, a través de un estudio realizado por más de dos décadas, que el número de suicidios se incrementaba en todo Estados Unidos casi un 12% al mes siguiente de que el popular periódico New York Times publicara en su portada alguna noticia relacionada con algún suicidio. A esto lo designó efecto Werther, cuyo ejemplo más ilustre es el mediático suicidio de Marilyn Monroe, el cual, debido a la difusión que recibió, provocó el suicidio de innumerables jóvenes durante los siguientes meses.

La imitación de la conducta suicida también se ha observado en los lugares donde se legaliza la eutanasia y/o el suicidio asistido donde los casos, al poco tiempo, se multiplican. Además, las condiciones necesarias, que inicialmente son estrictas, van ampliándose cada vez más. Debido a ello, en los países en los cuales se practica la eutanasia se produce un aumento exponencial de las personas que la solicitan.

Según los datos de la organización mundial Alianza en Defensa de la Libertad [Alliance Defending Freedom], en Bélgica, desde su legalización en 2002, las solicitudes de eutanasia se han multiplicado por diez en veinte años. En 2014, la ley se modificó para incluir a los niños sin límite de edad inferior con el consentimiento de los padres.

Por su parte, los Países Bajos, que en 2001 se convirtieron en el primer país del mundo en legalizar la llamada muerte digna, ha visto aumentar las muertes debido al suicidio asistido y a la eutanasia en un 27% en tan solo catorce años. Con la adopción en 2002 de la ley "sobre la terminación de la vida a petición y el suicidio asistido”, los menores pueden solicitar la eutanasia a partir de los 12 años, aunque es obligatorio el consentimiento de los padres o tutores hasta los 16 años. Los jóvenes de 16 y 17 años no requieren el consentimiento de sus padres, aunque deben mantenerlos informados durante el proceso de toma de decisiones. En 2004 se registraron 1.886 casos y quince años después, en 2019, se registraron 6.092 casos de eutanasia y suicidio asistido, lo que representa el 4,2% de todas las muertes.

En Canadá, según datos oficiales, el incremento en el número de casos de la llamada asistencia médica al morir (Medical Assistance in Dying) de 2021 a 2022 representó una tasa de crecimiento del 31,2%. En 2022 se dieron 13.241 casos, lo que representa el 4,1% de todas las muertes en Canadá. El número total de muertes asistidas médicamente reportadas en Canadá desde la introducción de la legislación federal en 2016 es de 44.958.

La legalización, tanto de la eutanasia (en la cual un profesional sanitario provoca, generalmente a través de la inyección de alguna droga mortal, la muerte de la persona que ha pedido ayuda para morir) como del suicidio o muerte asistida (donde la persona que desea morir es la que pone fin a su vida, normalmente mediante la ingesta de un fármaco letal), lejos de proteger a los más viejos, enfermos y frágiles de la sociedad, los invita, y en muchas ocasiones los presiona, a optar por la llamada “muerte digna” a fin de no sufrir más pero también, en muchos casos, para no seguir siendo una pesada carga. Por ello, la normalización de la eutanasia y/o suicidio asistido como un acto valiente y noble es tan perversa como inquietante, pues al propiciar la muerte de sus miembros más vulnerables estamos inculcando en nuestra sociedad un desdén por la vida que nos encamina a la autodestrucción.

Nuestra sociedad, que ha olvidado el sentido trascendente y salvífico del dolor, tiene horror a la dependencia, a la vulnerabilidad y al sufrimiento. Por ello promueve el que muchos ancianos, enfermos y discapacitados, a los cuales de antemano ha condenado al hastío y a la desesperanza, decidan acabar con su vida, olvidando que ésta solo pertenece a Dios. Por ello, tenemos que recordar que para el cristiano no hay lugar para la desesperanza pues el mayor de los sufrimientos, la peor de las injusticias, la más dolorosa y devastadora de las enfermedades, tiene un poder salvífico enorme si unimos nuestra cruz a la de Cristo.

Parafraseando a San Francisco de Asís: en aceptar por amor a Cristo, con paciencia y alegría todos nuestros sufrimientos, por pequeños o grandes que parezcan, está la verdadera alegría que, además, nos merecerá la verdadera vida, la vida eterna.