Cual calvo que mal luce peluca, la Masonería cubre su pretendida irreligiosidad con postizas ceremonias civiles, sucedáneos rituales de cuatro de los sacramentos cristianos. El GODF (Gran Oriente de Francia), verdadera central nuclear masónica, exporta generosamente sus megavatios de potencia ideológica a España, con la inapreciable ayuda de sus hermanos en el poder, oposiciones nacionales despistadas y aprovechados laicistas que se apuntan a cualquier bombardeo sectario. No es un secreto, pero el silencio mediático es siempre un gran aliado. En esta ocasión, la mercancía de contrabando son las que el GODF denomina «ceremonias civiles republicanas»: bautismo republicano («parrainage»), matrimonio, exequias y acogida en la ciudadanía francesa. Y parece que unos cuantos municipios españoles han picado el cebo y han comprado la moto de la marca del compás. Un «zero» a la izquierda -del que muchos compañeros de partido dicen estar bastante hartos por sus extravagancias- ha «bautizado» por lo civil al hijo de una actriz, que es cabeza visible de la tribu de los subsidiados, en un «acto laico de bienvenida a la ciudadanía» que parodia la sacramentalidad bautismal. Para variar, el catalanismo radical de la Asociación Catalana de Municipios y Comarcas ha editado un Manual de Ceremonial Civil. Los días más grandes, del que es autor el objetor fiscal a los gastos militares y ex diputado socialista en el Parlamento autonómico catalán Juan Surroca, crítico con la Iglesia y el «cuestionado» concepto de Dios. El libro recoge, al modo masónico francés, textos y músicas para hacer rituales civiles. Una mezcolanza típica de nuestro tiempo sincrético de moral new age de rastrillo de barrio: un poco de Lao Tsé, porciones de Primo Levi, endulzados por Anthony de Mello o Séneca, y «top» de Tagore. Ello acompañado de la música ambiental de Beethoven y Abba, Cat Stevens y The Corrs: todo vale para testimoniar el nuevo paganismo deicida y crear el espejismo de una solemnidad de «top manta». El Ayuntamiento barcelonés de Igualada ya se subió al carromato laicista al poco de ganar las elecciones generales un tal Rodríguez devenido ZP, en una carrera viva subvencionada desde entonces, en la que sectarios de diversa condición llevan visibles dorsales. Entre ellos, los especímenes museísticos de IU-EB, que pretendían que el Ayuntamiento guipuzcoano de Eibar instituyera un registro de acogimientos civiles. O el municipio coruñés de Oleiros, que no podía ser menos que el catalán o el vasco en esta competición estúpida por ver quién es más laico, o es más popular en el club de esta tragicomedia. A partir de ahí, la obsesión «efecto bola de nieve» ha pillado sin confesar a los vecinos de otras tantas poblaciones de España: San Andrés del Rabanedo (León), que llama a esa parodia sacramental «acto de bienvenida a la comunidad»-; Guitiriz (Lugo), que considera el «Acollemento Civil» un «acto de natureza civil e laica que ten por finalidade a presentación dos nenos e xovenes á sociedade, coa pretensión de que se sintan integrados na Comunidade e partícipes de dereitos, liberdades e deberes que a todos nos atinxen» (sic); El Borge (Málaga) -con obsequió municipal a los padres de un ramo de flores, una botella de vino moscatel y pasas-, y una lista de ayuntamientos que de modo sectario han hecho de nuestra Constitución un menú de libre elección, y de su deber de neutralidad un calcetín vuelto del revés. Y eso que la Masonería quiere sempiternamente hacernos creer que no es una religión. Sí, ya, y el ciprés tampoco es un árbol, y por si no estuviera claro, Pepiño es un santo católico varón. Menos mal que en ciertos lugares del planeta aún hay sentido común y se llaman a las cosas por su nombre, o más bien, «call a spade, a spade» porque en esta ocasión la objetividad proviene del Tribunal de Apelaciones de California. A pesar del sol que luce por aquellos lares, los jueces no han pillado insolación alguna, al considerar en su sentencia de 3 de octubre de 2007 que la Masonería es una religión, en el caso Scottish Rite Cathedral Association of Los Angeles. Estos nada prejuiciosos jueces aplicaron el test del caso U.S. c/. Meyers, para determinar si la Masonería era o no una religión, basándose en cinco criterios: ideas sobre cuestiones básicas de la existencia, creencias metafísicas, sistema ético o moral propugnado, amplitud de los ámbitos abarcados por sus ideas, y analogía con otras religiones. El test dio positivo y la declaración de parte fue negada por los hechos. Largus promissor, tardus promissorum executor, o hablando en plata, decir y hacer no comen en la misma mesa. Y es que el algodón no falla ni en la albañilería. Pero en clara estratagema marketiniana, los masones parecen empeñados en no «posicionarse» en el «mercado de las religiones», sino «comer aparte» (disfrutar de lex privata, o sea, de privilegios, de esos tan odiados del Antiguo Régimen) y navegar en mar propio, lo que traducido en términos que los consumidores conocemos, no es sino el monopolio de facto de toda la vida o al menos la posición dominante en el mercado, cual microsoft ideológico o, más cercanamente, como la telefónica nuestra de cada día. Cuatro patitas tiene el gato, cuatro rituales tiene el masón, sea francés o español. Estos señores de la minoría selecta, dirigente y bienpensante, quieren convertir el suelo patrio en un paraíso laicista, el cielo en la tierra, cual apéndice del original revolucionario galo, aunque sin la sangre de hace doscientos años: les basta la muerte civil del disidente, su escarnio en la prensa global, o su embargo profesional. Infiltrando el savoir faire de la madre ideológica de las logias hispánicas en los municipios a través de sus peones para que adopten sus rituales sociales como muestra de respeto a los no creyentes, en continuo goteo de tortura china, se pretende horadar la trascendencia en el alma de las personas para convertir la sociedad en expresión autosuficiente del Hombre sin Dios. Este gran embuste que cautiva las mentes de tantos bienintencionados despeñados intelectualmente, introduce por la puerta trasera el laicismo más arrogante, vestido de una neutralidad ideológica que esconde las fauces de una visceral agresividad contra la Iglesia Católica, depositaria eterna de las verdades de la fe en Cristo. Que ayuntamientos de España adopten rituales masónicos -más o menos camufladamente- es un flagrante e inaceptable atentado contra el principio constitucional de neutralidad ideológica del Estado. Todo masón tiene derecho a practicar su religión (o como quieran llamarle) y realizar sus ritos, pero el Estado tiene la obligación de no adoptarlos como propios.