Es necesario recordar, una vez más, que los sistemas económicos han de situar la dignidad de la persona humana y la norma moral como criterio inspirador de sus programas. El respeto, la defensa y la promoción de las personas y de su dignidad inviolable es y debería ser, en efecto, el pilar fundamental para la estructuración y progreso de la sociedad. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad, participación y solidaridad de los hombres entre sí y el apoyo más firme para un desarrollo económico y social auténticamente humano. Pero esta dignidad se ve fuertemente amenazada por la quiebra moral y la aguda desmoralización que azota a nuestra sociedad, como denuncian todos los diagnósticos que se hacen sobre ella. Hechos como la profunda crisis económica y social que atravesamos, la injusta distribución de la riqueza, el aumento de las desigualdades, el paro que afecta ya a varios millones de ciudadanos en España, la insuficiente atención de los más débiles y de los sectores más empobrecidos, el derroche provocador de hombres y grupos bien acomodados y saciados que, en medio de esta situación, viven en la abundancia sujetos al consumismo y al disfrute a toda costa, etc., están delatando claramente una sociedad moralmente enferma. No se trata de fenómenos coyunturales. Reflejan, por el contrario, una crisis espiritual honda que afecta a los fundamentos del comportamiento moral de los hombres de hoy. Sólo una carencia de estos fundamentos éticos, en los que se asientan la sociedad y la convivencia humana justa, y sólo la desmoralización que supone tal carencia explica, por ejemplo, una concepción economicista que durante tiempo se ha asentado en numerosas conciencias y que resulta inhumana al situar el lucro como objetivo prioritario y único criterio inspirador de la actividad económica. O la insensibilidad que se ha dado en sectores de abundancia ante el desastre moral y la injusticia flagrante que supone el hambre de dos terceras partes de la humanidad en un mundo con recursos suficientes para todos. Esta quiebra moral afecta a todas las zonas de la vida y al ser moral del hombre. Faltan convicciones sobre el ser profundo del hombre. El hombre de hoy no sabe frecuentemente lo que debe hacer para que el mundo sea más justo y alcance su felicidad, porque ha olvidado qué es. Sobre la base de la verdad del hombre se fundan los derechos humanos fundamentales y universales, propios de la persona humana desde su concepción hasta el último segundo de la vida terrena; sobre esa base se funda la dignidad de la persona humana; aquí radica también la igualdad fundamental de los seres humanos; ahí se asienta el bien común, base de todo ordenamiento social y económico. Por esto somos muchos los que esperamos con sólida confianza, verdadera expectativa y grande esperanza la Encíclica Social del Papa Benedicto XVI, que con tanta lucidez y razón se refiere una y otra vez a esta verdad de 10 que es el hombre. Con firme convicción, rectitud y honestidad intelectual, podemos reconocer que él está en condiciones de aportar algo importante, luz, a la situación que a todos preocupa, al recto ordenamiento y a la pacífica prosperidad de nuestra sociedad. * El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos * Publicado en el diario La Razón