El cardenal Carles nos ha dejado. Don Ricardo era un hombre de Dios, que encontraba la fuerza en la oración, que vivía unido a Jesucristo, configurado sacerdotalmente a Él.

Así lo percibíamos en su vida y su palabra, en su testimonio y en sus escritos, en las homilías y en las cartas dominicales, en las escuelas de oración con los jóvenes o en los ejercicios espirituales para sacerdotes.

Era amante de la montaña y la escalada, así como de las alturas espirituales de santa Teresa de Jesús o de san Juan de la Cruz.

Buscaba siempre que las personas tuvieran una experiencia de fe, un encuentro personal con el Señor que llenara de sentido y plenitud sus vidas.

Esta es la clave para entender su estilo sencillo y directo, su cercanía, cómo llegaba al corazón de la gente en el trato personal, cómo atraía a los jóvenes, a niños y a mayores, incluso cómo se emocionaba en tantas ocasiones al hablar del Señor. Una vida fundamentada en Cristo y con una tierna devoción a María, la Madre.

Como lema episcopal eligió una frase del Evangelio de san Juan: “Ut omnes unum sint” (Que todos sean uno). Ciertamente era un hombre de comunión eclesial, que vivía la Iglesia como un misterio de comunión, de unión personal con Dios y con los hermanos.

Cuántas veces le oí decir que la comunión eclesial no es un mero consenso entre diferentes posturas o sensibilidades, sino que es una realidad profunda y radial, es decir, que Cristo está en el centro y es el principio de unidad y de diversidad.

Monseñor Josep Àngel Saiz Meneses es obispo de Terrassa

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