Han pasado cinco meses desde que el Papa Francisco comenzó a ejercer su pontificado, un pontificado revolucionador y reformador; ambos conceptos pueden tener una tonalidad positiva o negativa, y cada uno les da el tinte que prefiere. En las primeras semanas, y creo que todavía algunos lo mantienen, catalogaron al Santo Padre, jesuita, sudamericano y cercano a los pobres, como inclinado a la teología de la liberación. Por eso, afirman, tanta cer4canía a las periferias de la ciudad, a las favelas brasileñas, a las villas argentinas, en resumen, a los barrios marginados, a los pobres. En el fondo, es la misma imagen que vemos cuando lavó los pies en la cárcel de menores; visitó Lampedusa; la favela de Vaghina; o el hospital de tóxico-dependientes de Río de Janeiro

Una aclaración necesaria: cuando hablo de “teología de la liberación” me refiero a la interpretación de la liberación (social) en clave política y marxista.

El tema ha vuelto a salir estos días en Italia, en el marco del Encuentro de Rimini para la Amistad entre los Pueblos. El protagonista: “Pepe”, o José María Di Paola, sacerdote en Villa 21, uno de los barrios más pobres de Buenos Aires, tristemente famoso por la pobreza y la venta de droga. El Papa Francisco ha cambiado poco; y su amor evangélico por los pobres, que ha mostrado repetidamente, en palabras y en gestos (como los citados antes) sigue orientando su vida. ¿La principal diferencia con la teología de la liberación? Ese adjetivo sencillo, pero lleno de contenido, “evangélico”, es decir, siguiendo el Evangelio de Cristo.

Según marxismo, y es una frase de Marx muy repetida, la religión es el opio del pueblo; según la experiencia constatada en Villa 21 por el cura “Pepe”, la religión, la fe del pueblo es la fuerza genuina y transformadora, que nace del encuentro entre Dios y el hombre concreto, necesitado.

“Quienes dijeron que la religión es el opio del pueblo al ver hoy la realidad de las villas, deberían cambiar de opinión”. Porque “el poder de transformación hizo posible que estos barrios hoy tengan un progreso más grande del que podíamos imaginar. “Y esto nace de un empeño y no de una ideología que separa y divide”. La fe, encuentro entre Dios, el verdadero Dios, y el hombre, el verdadero hombre, este hombre concreto. Es una de líneas base de la Lumen fidei, esa encíclica escrita “a cuatro manos” , con lo mejor de las dos cabezas y los dos corazones que han movido las manos.

Empezaba aludiendo al carácter reformista y revolucionador de Francisco. Un momento histórico (por fin, añaden algunos con cierto rintintín). Me ha llamado la atención un texto de un autor italiano que encuadra perfectamente este “espíritu reformador” de la pesadez y burocracia vaticana.

“Seguramente ya sus predecesores han iniciado un progresivo desmantelamiento de la pesadez real de la curia. Juan Pablo II prefería estar por las calles del mundo que en el Vaticano. Y Benedicto XVI disparó rayos contra el hacer carrera, clericalismo, mundanidad, división, ambiciones de poder y suciedad en al Iglesia. Ahora Francisco realiza lo que su predecesor pidió tantas veces... y mucho más. Todo esto es parte de la ´revolución evangélica´ que marca un profundo cambio del modo mismo de ser papa”

¿Ruptura con el pasado? Creo que a la luz de los datos, continuidad, avance en la historia de la salvación, desde el corazón personal de cada Papa, desde su característica individual y su sensibilidad propia. Si la Iglesia está hecha de personas individuales, ¿por qué no respetar la individualidad del Vicario de Cristo, sea Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco? Los tres, desde su individualidad, han sido verdaderos teólogos de la liberación, la liberación del hombre de su pecado, social y sobre todo personal; la liberación del hombre de la falacia del relativismo, del engaño, de la mentira; la liberación de los males del hombre para acercarse a la bondad y al amor de Dios.