Castilla no hizo España... (4)

Sancho III el Mayor de Navarra dejó testado que al morir se repartieran sus posesiones –que consideraba patrimonio personal- entre sus hijos, de modo que a García, el primogénito, le correspondió Pamplona; a Fernando –que casó con doña Sancha, hermana de Bermudo III de León-, los condados castellanos, y de esa forma se proclamó el primer rey de Castilla; a Gonzalo, los condados de Sobrarbe y Ribagorza, y a Raimundo I, hijo natural, el reino de Aragón.

Fernando I (10351065), guerreó con su cuñado Bermudo III, para ver cual de los dos se quedaba con los territorios del otro, como era frecuente en aquellos tiempos. Se enfrentaron en la batalla de Támara (actualmente provincia de Palencia) y Bermudo murió en el combate, lanceado en el suelo tras ser derribado del caballo. De esa manera el rey de Castilla se anexionó a León (1037) en concepto de legado femenino, o sea mediante aportación de Sancha, esposa de Fernando, que heredó León tras la muerte de Bermudo, su hermano, produciéndose así la primera unión de ambos reinos desde la rebelión separatista de Fernán González.

Pero Fernando I cometió el mismo error que su padre, dividiendo otra vez sus posesiones entre sus herederos. A Sancho II el Fuerte (10651109) le asignó Castilla; a Alfonso VI, León, y luego se apoderó de Castilla (10651109); a García, Galicia (10651071), que finalmente perdió a manos de su hermano Alfonso; a Urraca, el señorío de Zamora, y a Elvira, el señorío de Toro, que terminó cediendo a Sancho.

Como era de temer, las luchas fraticidas no tardaron en manifestarse para hacerse con la herencia total del padre. En medio de continuos enfrentamientos, Sancho sitió a Zamora, donde doña Urraca, su hermana, mujer bravía, resistía heroicamente, pero agotada su capacidad de aguante, urdió una treta para acabar con el cerco. Un supuesto desertor llamado Vellido Dolfos o Adolfo, se presentó en el campo sitiador, donde buscó y halló la oportunidad de asesinar a traición lanza en ristre a Sancho II. De esa forma el reino pasó al dominio de su hermano. Ello dio lugar a la famosa jura de santa Gadea (santa Águeda de Burgos, en 1072), demandada por el Cid Campeador al nuevo monarca, Alfonso VI, al que exigió el juramento de que no había tenido nada que ver en la muerte de su hermano, del que era alférez o abanderado de sus huestes. Alfonso VI nunca perdonó al Cid esa humillación.

El monarca leonés y luego también de Castilla, dio un gran impulso a la Reconquista, apoderándose de numerosas plazas incluso más allá del Tajo, entre otras la emblemática Toledo, cabeza del imperio visigodo, y objetivo principal de la lucha contra el invasores de la media luna. Las victorias de Alfonso VI alarmaron a los reyes de taifas, que pidieron ayuda al emir Yusuf de los almorávides. Éste cruzó el estrecho en junio de 1086, y después de numerosas campañas recuperó la gran mayoría de las plazas ganadas anteriormente por el rey leonés-castellano, excepto Toledo que logró resistir.

Al morir Yusuf (1106), su nieto Tashfin fue nombrado gobernador de las posesiones almorávides en España. Sitió a Uclés (actual provincia de Cuenca), cuyos defensores pidieron apoyo a Alfonso VI, pero al acudir éste en auxilio de los sitiados, las tropas alfonsinas sufrieron un sangriento descalabro, hallando la muerte (1108) el infante heredero, Sancho, único hijo varón de Alfonso VI, habido de su concubina, la mora Zaida, con la que se casó después. Alfonso VI tuvo cinco esposas legítimas, tras enviudar de una tras otra, y varias ilegítimas. Murió al año siguiente de la derrota de Uclés.

Le sucedió en el trono de León y Castilla su hija Urraca, dama singularísima y bizarra, primera reina por sí misma (y no como consorte) de España, o al menos de la mitad de ella, y digna sobrina de la no menos bravía Urraca de Zamora. La reina Urraca contrajo un primer matrimonio con el caballero francés Raimundo de Borgoña, con el que tuvo un hijo (1105), Alfonso Raimúndez, conocido después como Alfonso VII el Emperador, al considerarse continuador directo del Imperio visigodo. El borgoñés murió en 1107. En 1109 Urraca contrae nuevas nupcias con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, un matrimonio que podría haber originado una incipiente unión de España. Los esposos, en cambio, en lugar de librar apasionadas peleas en el “tálamo nupcial” para dejar descendencia, se dedicaron a guerrear en serio entre sí en los campos de batalla, por castillo de más o de menos. En estas condiciones no es de extrañar que no tuvieran hijos, a menos que don Alfonso tuviese la pólvora mojada. En todo caso, dado que no hubo descendencia de la unión de ambos, doña Urraca, al morir (1126), legó sus reinos a su hijo Alfonso VII, quien volvió a repartir sus posesiones entre sus hijos. Fernando II se posesionó de León, y Sancho III el Deseado, de Castilla. Un tercer hijo, García, murió en la infancia. Al primero le sucedió Alfonso IX, y a Sancho III, su hijo Alfonso VIII, el de las Navas, Los enfrentamientos entre estos dos primos hermanos y además yerno y suegro, son dignos de una fabulosa película de intrigas históricas, si los realizadores españoles supieran de verdad hacer cine, más allá de esos bodrios panfletarios y pornográficos que pagamos todos pero que no ve nadie.

(Continuará)