La persecución constante de los cristianos en muchos países del mundo es un hecho incontestable y vergonzoso. Amenazas y torturas, vejaciones y secuestros, cárcel y muerte son el pan de cada día para millones de personas que profesan la fe cristiana. Derechos civiles pisoteados, libertad de culto acorralada y dignidad humana acribillada. La falta de libertad religiosa no es una fábula legendaria de las mil y una noches, ni tampoco una leyenda imaginaria de miedo y terror, sino la realidad amarga, dolorosa y punzante que agrieta, destroza y hace sangrar la vida cotidiana de los cristianos en innumerables países, rincones y parajes del planeta.

Nunca como ahora se ha hablado tanto de libertades ciudadanas, del progreso de la globalización, de la solidaridad internacional, de la comunidad de naciones. Pero a la hora de la verdad uno se pregunta: ¿Quién tiene la valentía de mojarse para defender sin tapujos la dignidad de los cristianos perseguidos y el coraje para denunciar sin rodeos la ignominia, barbarie y atrocidad de la que son objeto los cristianos hoy en día?
La última lamentable y desconcertante noticia llega de la República Islámica de Irán. Un pastor evangélico de la Iglesia de Irán, Yousef Nadarkhani, 34 años, fue condenado a muerte en septiembre 2010 y ahora podría ser ejecutado. Se le acusó de apostasía en 2009 porque se negó a que sus dos hijos, Daniel y Joel, fueran instruidos en la religión musulmana. El Gobierno iraní había introducido una nueva norma legal que obligaba a todos los iraníes a ser indoctrinados en el Islam fuera cual fuere su religión.

En julio pasado el Tribunal Supremo de Qom acusó a Yousef Nadarkhani de ser reo de “apostasía nacional” que significa renunciar al cristianismo y volver al islam. Porque sus antepasados eran musulmanes. Es difícil entender a qué interpretación del Corán se han agarrado los juristas de Qom o a qué tradición se han aferrado para hablar de “apostasía nacional”. Uno piensa al concepto islámico de fitrah (naturaleza), o el marco en el que, según el Corán, Allah creó el hombre musulmán y por lo tanto monoteísta.  Pero el concepto de fitrah no explica el enunciado de los ulemas chiíes de Qom y la sentencia a muerte de un cristiano iraní. ¿Juego político,  exigencias de la jurisprudencia islámica o persecución abierta de los cristianos?.

La Constitución de la República Islámica de Irán establece y defiende la “libertad religiosa de los cristianos, judíos y zoroastros iraníes” (Art. 13). Por eso, a la luz de las leyes aprobadas y promulgadas en la Constitución, choca, sorprende y escandaliza la condena a muerte de un cristiano en Irán. Los expertos en la shari‘a han querido obligar a Nadarkhani renunciar públicamente de su fe cristiana para así poder volver al redil islámico.

Que los cristianos iraníes, como los bahais, sufran repetidas discriminaciones, atropellos y condenas, es ya más que conocido. Ocurre desde los comienzos de la revolución islámica inaugurada por el Imam Khomeini en febrero 1979. Sin embargo asistimos a una nueva embestida institucional contra los cristianos. En los últimos meses han aumentado las detenciones indiscriminadas de cristianos en numerosas ciudades del país de los ayatolás. La gran acusación es el ir contra el orden islámico establecido y el peligro que eso supone por su condición de cristianos.

Uno teme por la vida del pastor Nadarkhani, a quien injustamente le han condenado a muerte en su propio país natal. Porque hablar de “apostasía nacional” en Irán no parece encajar con los principios establecidos por la Constitución. Le obligan a renunciar de su condición de cristiano para salvar su vida de la horca feroz e implacable. Nadarkhani ha dicho con valentía que jamás renunciará de su fe. A pesar de estar en la antesala del patíbulo y de sentir en su piel el veredicto despiadado de quienes pretenden ser guardianes y defensores de la ortodoxia musulmana.