Con la mayor austeridad, en un escueto comunicado de apenas una cuartilla en el que no sobra nada, la Asociación Pro-vida de Mairena del Alcor nos recordaba el pasado domingo que el 5 de julio de cumplieron 35 años "de la ley más injusta y destructiva que una sociedad libre y avanzada puede aprobar". Se refiere a la ley de 1985 que abrió la puerta a la tolerancia social ante el aborto. Aquella ley, cuyo tercer supuesto se convirtió pronto en un coladero sin apenas restricciones, ha hecho posible que desde hace años, cada día, unos trescientos niños sean arrebatados del seno materno y aniquilados. Más de dos millones desde entonces. Hoy el aborto es incluso un pretendido derecho, así asumido por una fracción creciente de la población en la medida en que nuevas leyes, más y más permisivas, han ido ablandando las conciencias y endureciendo los corazones.

La Asociación Pro-vida de Mairena es una de las más veteranas y prestigiosas de España por su lucha contra el aborto y sus secuelas emocionales, y a favor de la maternidad desprotegida en todos los frentes asistenciales, de ayuda y acompañamiento. Su acción sobrepasa ya con mucho las lindes municipales que la vieron nacer, como anteriormente sobrepasó las de la parroquia mairenera de la que surgió como respuesta de un grupo entusiasta de jóvenes católicos. Lo que ni siquiera fue posible en las grandes ciudades andaluzas con ese nivel de proyección y arraigo en la sociedad, se hizo en Mairena del Alcor como testimonio de que el Espíritu sopla donde quiere, a poco que se faciliten las cosas.

 
 

Los Pies Preciosos, que se ha convertido en símbolo internacional provida, son una creación patentada de la asociación provida de Mariena del Alcor (Sevilla).
 
¿Cuántas parroquias sevillanas, andaluzas, españolas podrían mirarse en el espejo de Santa María de la Asunción de Mairena? Pocas, sin embargo, lo han hecho con perseverancia. Hoy es aún más difícil, ya que la Iglesia española, ostensiblemente, prefiere poner el foco en otros temas. Grave error me parece ese porque una cosa que sabemos con certeza, treinta y cinco años después, es que una sociedad que admite el aborto está abocada, indefectiblemente, a la descristianización. No quiere eso decir que no pueda haber y haya muchos no creyentes que se pronuncien contra el aborto, pero sí que aquel cristiano que lo justifica y admite ha dejado de serlo aunque aún mantenga ritos y costumbres. En ese combate, el único hoy enteramente noble, nos jugamos la vida de muchos y el alma propia, además del futuro de toda la sociedad.

Publicado en Diario de Sevilla.