El primer pensamiento de Benedicto XVI en vuelo hacia la Jornada mundial de la juventud que se está celebrando en Madrid fue para su predecesor, quien tuvo la intuición originaria de esta realidad, pero la imagen más sugestiva afloró inmediatamente después a los labios del Papa al responder a las preguntas de los periodistas. En efecto, para definir el encuentro madrileño –y los veinticinco que lo han precedido– el Pontífice habló de una «cascada de luz», señal que permite la visibilidad de Dios en el mundo.

Este, y no otro, es el sentido de la decisión de Juan Pablo II –ahora beato e invocado entre los patronos, es decir, los amigos invisibles y más cercanos, de los jóvenes reunidos en la capital española– cuando lanzó la iniciativa de las Jornadas. No exhibiciones de fuerza, no reuniones de masas tan espectaculares como efímeras, sino ocasiones de amistad más allá de los confines, lugares de encuentro para dejar espacio a Dios, para permitir siembras que, como las que narran las parábolas evangélicas, maduran en el silencio interior de las almas.
Una coincidencia singular une la participación de Benedicto XVI y la de su predecesor en estos encuentros: ambos en su tercer viaje a España han participado en una Jornada mundial de la juventud.
 
Lo recordó el rey Juan Carlos, en presencia de los principales exponentes del Gobierno y de la oposición, en su cordial saludo al Papa. Igualmente cordial fue el discurso del Pontífice, que ante todo quiso agradecer a este gran país el esfuerzo de acogida a los centenares de miles de jóvenes que han llegado de todo el mundo.
De hecho, son casi doscientos los países de todos los continentes representados en Madrid. Ya en el tramo desde el aeropuerto hasta el centro de la metrópolis los jóvenes saludaron a Benedicto XVI agitando globos, enarbolando banderas y lanzando nubes de confetis multicolores. Preludio sencillo y alegre de la gran fiesta que está llegando a su culmen, pero que ha sido largamente preparada y que durante mucho tiempo dará sus frutos. Desde luego, es visible y muy vivaz, pero se manifiesta sobre todo a la mirada de la fe, porque esta es su motivación más profunda.

Quienes deberían explicar por qué ha llegado a la capital española esta multitud tan variada, son los propios jóvenes, dijo el Papa. Añadiendo inmediatamente después que, sin embargo, se puede pensar que su deseo es escuchar la Palabra de Dios, que habla continuamente a cada persona, tal vez sólo en un susurro, pero siempre motivando a afrontar los desafíos del mundo, los problemas y las dificultades que no cesan de multiplicarse. Como lo ha mostrado y lo muestra la actualidad dramática de estos meses que en numerosos países genera inquietud en los jóvenes.

Y precisamente las noticias de estos últimos tiempos confirman la enseñanza constante de la Iglesia sobre las realidades sociales: el hombre debe estar en el centro de la economía. Según Benedicto XVI la dimensión ética sigue siendo fundamental, en la responsabilidad por el bien común y por el futuro del planeta. El gran número de voluntarios que actúan en el mundo demuestra que esto es posible y ya hoy construye el futuro de todos. En camino hacia Dios.


Giovanni Maria Vian es director de L´Osservatore Romano