El primer ministro español, Rodríguez Zapatero, está por salir de la escena política
Andrea Tornielli
Roma 

El anuncio de anticipar las elecciones (que estaban previstas para marzo del año próximo), llega a pocos días del viaje de Benedicto XVI a Madrid, el Papa defensor de la vida, que encontrará a los jóvenes de la Jonrada Mundial de la Juventud en la capital española.

En estos años Zapatero se ha convertido (más en Italia que en España) en el símbolo de una izquierda que puede proponer y hacer que se aprueben leyes como la de los matrimonios homosexuales o como la de la eutanasia en un país considerado como «hiper-católico». Las tensiones con el episcopado español, que en muchas ocasiones ha convocado a los fieles a que defiendan en las calles la vida y la familia, contribuyó a consolidar la imagen de un primer ministro enemigo de la Iglesia católica. Las relaciones con el Vaticano no han sido fáciles, por lo menos al inicio. Muchos se esperaban que en julio de 2006, el Papa, al llegar a suelo español, impulsara la denuncia contra las políticas del gobierno socialista, sobre todo con motivo del encuentro mundial de las familias. Zapatero no acudió a la misa papal en Valencia y el entonces portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, declaró que ni siquiera Fidel Castro se había atrevido a tanto cuando Wojtyla visitó Cuba.

Ratzinger escogió, en cambio, una actitud más suave: habló positivamente de la familia, sin invectivas contra el gobierno socialista. Lo mismo se repitió en noviembre del año pasado, cuando Benedicto XVI regresó a España por segunda vez, en la visita relámpago que hizo a Santiago de Compostela y a Barcelona, en donde consagró la basílica dedicada a la Sagrada Familia.

En el vuelo de regreso a Roma, el Papa le respondió a los periodistas que había notado cómo en España se manifestaba «un laicismo, un anticlericalismo y una secularización fuertes y agresivos», esperando que se manifestara el encuentro y no el choque entre a fe y el laicismo. Incluso durante esa segunda visita sus discursos fueron prudentes, sin referencias polémicas contra el gobierno: todo lo contrario de o que se habían esperado los sectores más radicales.

El Papa sabe muy bien que la secularización galopante que caracteriza a la España de hoy no la provocaron ni Zapatero ni sus leyes, a las que la Iglesia ha criticado y a tratado de oponerse como ha podido. Ratzinger también sabe que la salida de la escena política de un primer ministro que volvió a abrir las heridas de la guerra civil y que agudizó el choque con las jerarquías no bastará para que los españoles secularizados se vuelvan a acercar a la fe.

La tercera visita papal es inminente y coincidirá con el crepúsculo político de Zapatero. Y no es difícil anticipar que el pontífice escogerá nuevamente la vía de la propuesta en lugar de la polémica en su encuentro con miles de jóvenes. Sobre todo porque desde hace algunos meses, desde que los preparativos de la JMJ comenzaron la fase operativa, los obispos han reconocido que todas las autoridades civiles, tanto locales como nacionales, están trabajando para que el evento salga a la perfección.