Menos mal que está la Iglesia Triunfante, porque, si no, los de la Iglesia Militante estaríamos molidos y con la moral por los suelos. Hemos perdido a Benedicto XVI, que "en silencio -según Francisco- sostenía la Iglesia", y acabamos de perder al cardenal Pell (Ballarat, Australia, 1941), cuyas palabras eran un baluarte de la fe. Desde que leí su libro Diario en prisión, sentía una vivísima admiración por él.

Estuvo de "invitado de su Majestad", como le gustaba decir, esto es, en la cárcel una temporada. Por una acusación falsa de pederastia. El Tribunal Supremo de Australia consideró luego que una persona inocente había estado en prisión con una llamativa falta de pruebas. Él siempre consideró que había tenido mucho que ver su resistencia a la ideología de género y a hacer mutis por el foro en la defensa de las verdades de la fe, en la que ha seguido resistiendo hasta el último instante.

Cuando por fin salió de la cárcel, dijo que a su salud le había sentado muy bien ese régimen de vida estricto. A nosotros también, porque nos dejó un libro delicioso y sutilmente profundo. Hay, por desgracia, mucha literatura de presos de conciencia en general y particularmente de católicos. El libro de Pell tiene la peculiaridad de que no le encarceló el nazismo ni el comunismo sino una democracia homologadísima. Y se notaba, reconocía él, en que podía ver fútbol por la tele de la cárcel y estaba bastante cómodo, aunque preso y con su fama calumniada. Sufrió un "martirio blanco" o una persecución 2.0.

Es, además, un libro muy entretenido. Ya que tiene tiempo, hace también memoria de su vida. Cuenta cuando estuvo de capellán católico en Eton, en Inglaterra. En una clase sobre el hijo pródigo, todos aquellos alumnos de las mejores familias de Inglaterra dieron un respaldo retumbante al mayor. Un estirado alumno de entonces reconoció a otro profesor que Pell haría "un buen papel en las colonias". El caso es que lo hizo y fue un excelente cardenal en Australia, perfectamente inculturizado, ya que pasó por la cárcel en ese antiguo continente-prisión de los británicos.

Tras la absolución judicial y antes y entre rejas, siempre fue libre para defender la verdad, esto es, la fe. Su lema episcopal era Nolite timere, "No temas", y no porque no tuviese nada que temer, precisamente, sino porque era un valiente. Ahora ya sí que no teme nada, y, además, nos ha dejado un lema, un ejemplo y un libro.

Publicado en Diario de Cádiz.