La Conferencia Episcopal Española ha publicado este lunes 27 de junio un documento titulado “Declaración con motivo del “Proyecto de Ley Reguladora de los derechos de la persona ante el proceso final de la vida.” El documento es fruto de los trabajos de la Comisión Permanente, que se reunió los pasados días 21 y 22 de junio. En él, los Pastores de la Iglesia afirman lo que muchos llevábamos clamando desde que se conoció el anteproyecto de esta ley reguladora de los Derechos de la persona ante el proceso final de la vida: Que si bien no de trata de una ley de eutanasia, sin embargo le abre la puerta de forma zalamera.

El proyecto de ley tiene, en principio, un objetivo muy loable, cual es la defensa de los derechos de las personas ante el momento final de sus vidas. ¿Quién se opondría a ello? Los propios obispos recuerdan en esta Declaración que la Conferencia Episcopal se ha manifestado muchas veces en defensa de la vida humana, explicando que la vida de cada persona es sagrada, y debe ser respetada desde el momento de su inicio hasta el de su muerte natural.

En particular, y referente al tema de la eutanasia, baste citar el documento titulado “La eutanasia. Cien cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”, publicado por la subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida en octubre de 1992.

O el documento titulado “La eutanasia es inmoral y antisocial” de la Comisión Permanente de febrero de 1998. Nunca ha cambiado la posición de la Iglesia al respecto, puesto que la Iglesia, como defensora del hombre, es muchas veces la única voz cuerda que se alza para denunciar los ataques a su dignidad. No porque sean pecado (que también), sino porque si no se respeta la dignidad del hombre no queda ningún otro principio moral en pie.


Por eso los obispos siempre han exigido que las leyes protejan la dignidad del hombre y garanticen el cuidado especialmente de los más débiles, que son precisamente los que más necesitados están de tal protección.


La Declaración de los obispos, por tanto, reconoce como positivo el objetivo declarado de este proyecto de ley, que es el de proteger la dignidad de la persona en el final de la vida, sin despenalizar por ello la eutanasia, tal y como se indica en la exposición de motivos del mismo.

Sin embargo, señalan que esa declaración de intenciones de la ley se rompe cuando la dignidad de la persona se pone en entredicho en su articulado, “puesto que parece sostenerse implícitamente que una vida humana podría carecer de dignidad tutelable en el momento en el que así lo dispusiera autónomamente la parte interesada e incluso eventualmente un tercero.” Es la vieja estrategia con la que los que defienden los ataques a la persona han camuflado siempre sus argumentos.

Nadie hoy está a favor de la pena de muerte, ni de abandonar a los débiles de la sociedad a su suerte. La base para tal defensa del ser humano radica en su dignidad como ser humano. Pero, ya lo dijo Peter Singer, hay vidas que no merecen la pena ser vividas. Hay grados de dignidad en la persona. Y cuando uno pierde la condición de ser humano (o no llega a alcanzarla), entonces todo está permitido.

Por este falso principio se justifica el atentado contra el embrión humano (“no puede decirse que sea un ser humano”, como afirmó la recién nombrada asesora especial de la directora ejecutiva de ONU Mujeres), o la eutanasia de los desahuciados (“su vida no merece la pena vivirse”).

Los obispos señalan, acertadamente, que “la concepción de la autonomía de la persona, como prácticamente absoluta, y el peso que se le da a tal autonomía en el desarrollo de la Ley acaban por desvirtuar la intención declarada y por sobrepasar el límite propuesto de no dar cabida a la eutanasia.” Es este uno de los puntos peligrosos de esta ley, que defiende de tal manera la autonomía del paciente que la coloca por encima del principio de beneficencia del médico y de la propia lex artis.
 
Lex artis que llega a eliminarse, para poner por encima de todo y sin ningún límite, la voluntad omnímoda del paciente, el cual puede exigir, si así lo desea, la sedación, aunque no esté indicada en su caso.
Con motivo de esta Declaración de la Conferencia Episcopal la ministra de Sanidad, Leire Patín, ha lanzado esta advertencia a los obispos: “No hay nada más humanitario y caritativo que mitigar el dolor y sufrimiento de una persona en los últimos días de su vida.” Como queriendo dar a entender que los obispos, al oponerse a la ley, no son humanitarios ni caritativos, por no querer mitigar el dolor y sufrimiento de las personas en los últimos días de su vida.




Con ello se ha retratado ella misma. No creo que sea sólo que no sabe de lo que habla (que también). Es que lo hace con mala intención. Y miente al pretender convencernos de que matar a una persona que sufre es ser compasivo con ella. Ante el sufrimiento en la agonía de un animal o de una persona hay dos reacciones completamente diferentes. A un animal es compasivo aplicarle la eutanasia para que no sufra. Porque por mucho que queramos a una mascota, no deja de ser más que un individuo más de su especie.

En cambio hacer lo mismo con una persona, en lugar de ser una demostración de compasión, es un signo de falta de humanidad. Porque la persona, cada una, no es un mero representante del género humano: La vida de cada uno es única, irrepetible, valiosa y digna EN SÍ MISMA. Lo humanitario y caritativo es ayudarle, mitigarle el sufrimiento y acompañarle en su sufrimiento. Pero nunca provocarle intencionadamente la muerte, ni siquiera para atender a sus deseos.

Obligar al médico a matar a sus pacientes es un delito contra la humanidad (del enfermo y del médico) y una demostración de odio y desprecio a lo que representa la vida humana. Esta mujer es una auténtica mentirosa “compasiva”.