Agustín Torres, de 35 años, sacerdote y Franciscano de la Renovación desde hace 11 años, confiesa a la puerta de Virgen del Mar, parroquia obrera del barrio de San Blas.

Se crió en Texas en una familia de origen mexicana sin fe, muy implicada en luchas sindicales muy politizadas, en la órbita de partidos socialistas. Él vivió una juventud de ocio y «demasiada fiesta», ligado a las bandas juveniles. Una vez incluso le dispararon: "noté la bala a mi lado, pero incluso me pareció emocionante; así de inconsciente era yo". 

Pero después vio morir amigos en bandas o por las drogas y, una noche, en una discoteca, pese a la buena música, el alcohol y las chicas, se dio cuenta que eso no daba la felicidad. Empezó a hacerse preguntas.

Un amigo, seminarista, le invitó a ir a la JMJ de Denver. Allí se convirtió, y después entró en los Franciscanos de la Renovación, una orden nueva de predicadores callejeros, muy activos en el trato con jóvenes y a la vez alegres y exigentes en ayunos y oraciones.
 
«El otro día un chico vino a confesarse repasando una lista de pecados en su iPhone, y conozco otros que rezan el breviario también del iPhone», comenta. Pero también es consciente de que "los chicos están conectados siempre, y las ocasiones de pecado, sobre todo sexual, son más abundantes".

En su experiencia, lo que los jóvenes piden a la Iglesia es que sea exigente. «Ellos saben cuándo les intentan vender algo, y el mensaje de Cristo les suena con frescura, con autenticidad, porque ven que incluye dificultades, y eso les inspira. Saben que la espiritualidad verdadera es difícil pero bella», asegura.

Al lado del fraile descansa, con un zumo y dos madalenas, el obispo Rolando Tria, de Infanta, una diócesis pequeña de Filipinas. Ha predicado con pasión y buen humor durante una hora a 600 chicos de lengua inglesa y de todo el mundo. Veterano de cinco JMJ, Tria está convencido de un rasgo de la «generación Benedicto XVI» que definió el martes el cardenal Rouco en la misa de apertura: «Estos jóvenes son capaces de entrar en oración profunda con facilidad, dejando a un lado las distracciones del mundo; lo he visto muchos países, se nota una mayor conciencia en la adoración, en la Palabra de Dios. Es un nuevo momento del Espíritu Santo», afirma.

Sorcha, Anna y Lydia, tres chicas de Oxford de 16 años, nos cuentan que son entusiastas de dos libros sobre disutopías que leían ya sus padres y abuelos: «El Señor de las Moscas», de William Golding, y «1984», de George Orwell.

Por estos libros entienden lo que el Papa ha predicado tantas veces: que las utopías sin Dios ni moral llevan al desastre y la tiranía. Aimee Fishwick, de California, tiene solo 15 años y lo que más le impresiona de la JMJ es «la sensación de ser comunidad», la unidad de tantos países y culturas.

A su lado, dos chicas de Malta, Maria Spiteri, de 18 años, y Ann Marie Bonnici, de 23, explican que están intercambiando direcciones de correo electrónico y Facebook con jóvenes de otros países. Se ven como «una comunidad mundial».