Sobre Siria se publican muchos datos: cien mil muertos, dos millones de refugiados, dos años y seis meses de conflicto. Pero se olvidan los cien mil cristianos armenios que viven en Alepo. Y los casi seis mil que han abandonado Siria por temor de nuevas persecuciones. Se sigue temiendo la utilización de armas químicas por parte del régimen de Bashar al Assad, pero si los rebeldes conquistan Alepo, casi cien mil armenios podrían convertirse en las victimas de un nuevo genocidio. Entre los muchos pueblos que temen una intervención estadounidense contra Assad, los armenios son los que tiemblan más.


La historia de los armenios en Siria es tan dramática como desconocida. De esto hemos hablado con Antonia Arslan, escritora, conocida al gran público por haber escrito la novela La masseria delle allodole [La mansión de las alondras], uno de los testimonios más emotivos del genocidio de los armenios de 1915, el crimen cometido por los Jóvenes Turcos, pródromo de todas las violencias totalitarias del siglo XX.

«Los armenios en Siria existen desde siempre –explica Antonia Arslan–. En Alepo, una ciudad antigua y animada encrucijada de pueblos, siempre ha habido armenios. Y esta es la clave para entender por qué las deportaciones que siguieron a las masacres de los armenios en 1915 tenían como destino precisamente Alepo. Y cómo esto salvó a parte de las víctimas.

»Alepo, en el terrible verano de 1915 y durante el año sucesivo, se movilizó para salvar al mayor número posible de deportados. Se movilizaron los armenios que vivían en la ciudad, los occidentales que trabajaban en ella, el cónsul alemán de Alepo (Walter Rossler, una figura extraordinaria) y también la población árabe que, aunque estaba sometida al Imperio Otomano, no compartía su odio hacia los armenios.

»El hotel más grande de Alepo de esa época, el Baron’s Hotel (donde se hospedaron también Lawrence de Arabia y Agatha Christie) era propiedad de una familia armenia, y era la sede del estado mayor de Djemal Pashà, el tercero de los triunviros turcos responsables del genocidio. También él era un fanático, pero al menos era sensible a una cosa: el dinero. Los otros dos triunviros, Talaat Pashà y Enver Pashà, en 1916 se precipitaron para cerrar esta “brecha” del genocidio que se había abierto en Siria.

»Efectivamente, ese año, una serie de batidas en Alepo tuvieron como resultado el arresto y posterior deportación a los campos de concentración de Deir Ezzor de muchos armenios que había sobrevivido; en estos campos se llevó a cabo una verdadera y propia “solución final”. La comunidad que sobrevivió empezó a aumentar de nuevo en Alepo, primero en el periodo del mandato francés, después con la independencia de Siria».

La relación de los cristianos armenios con el régimen de Assad nunca ha sido conflictiva. Y es por este motivo por el que facciones de la resistencia ahora los consideran “colaboracionistas”.

En realidad, según explica Antonia Arslan: «Los dos Assad, padre e hijo, pertenecen a su vez a una minoría religiosa, la de los alauita, que constituye el 10% de la población siria. Al principio era un régimen nacionalista laico. No ha dominado nunca la idea de exterminar a causa de la pertenencia religiosa. Los armenios, así como las otras minorías cristianas de Siria, han vivido con una cierta tranquilidad hasta el estallido de la guerra. La embajadora italiana, Laura Mirachian (de origen armenio) siempre ha confirmado que la situación era estable, relativamente tranquila, para los armenios de Alepo. No hay duda de que el régimen ha empeorado y que los últimos años han sido terribles. Pero inculpar a las minorías cristianas de todos sus crímenes es un argumento que usan quienes quieren acabar con todas ellas».


Con el principio de la revolución y su degeneración en guerra civil, las comunidades armenias «han intentado hacer lo que hicieron sus connacionales durante la larga guerra civil libanesa (19751990): permanecer encerrados en sus barrios, sin atraer la atención de las partes beligerantes. Algo que cada día que pasa es más difícil. En Líbano, los armenios consiguieron salvar sus distritos, pero ahora vuelven a estar en riesgo a causa de la exportación de la violencia siria a los países vecinos. Su “política del caracol”, la de estar encerrados en sus propios barrios, deriva también del recuerdo del genocidio turco: la experiencia del exterminio es aún demasiado reciente para no sentir terror instintivamente».

¿Y si la resistencia islámica venciese al régimen de Assad? «Me han contado ya episodios terroríficos. Una de las dinámicas clásicas de este tipo de “guerra” es la violación sistemática de muchachas. Raptadas de sus casas, violadas repetidamente y luego asesinadas cuando están reducidas a una piltrafa. O convertidas a la fuerza al islam y casadas con contratos de matrimonio que duran un día. Y después casadas de nuevo con otro hombre, y con otro,… para ser, por último, repudiadas y asesinadas. El terror ante este tipo de violencia es enorme, y es evidente que las milicias yihadistas quieren la eliminación de todos los enclaves cristianos».

Cuando Alepo estaba a punto de caer definitivamente en las manos de los rebeldes, los armenios se preparaban para lo peor: «A finales de mayo hablaba con monseñor Georges Noradounguian (rector del Pontificio Colegio Armenio), que tiene a toda su familia en Alepo. En ese momento parecía que los rebeldes estaban a punto de conquistar la ciudad. Él me contaba que toda su familia estaba encerrada en casa, en el barrio armenio. En el momento en que llegaran los rebeldes, no quedaba otra solución que dejarse caer desde el tercer piso. En comparación con la violencia, las torturas, la muerte lenta y dolorosa, lo mejor es el suicidio».

En vista de una posible victoria de los rebeldes, las comunidades armenias de Europa y América del Norte lo único que pueden hacer es preparar una fuga en masa. Si bien: «No creo que puedan tener una audiencia con Obama. El presidente estadounidense ha evitado siempre pronunciar la palabra “genocidio” por los hechos de 1915, aunque lo había prometido en campaña electoral. Lo que los armenios intentan organizar es, por lo menos, una fuga. Temo que piensen que no haya nada que hacer para garantizar la supervivencia de esta comunidad en Siria. Ahora sólo existe la idea de huir y salvarse de la posibilidad de un nuevo genocidio».