Luego de los problemas en la ejecución de un recluso en un centro penitenciario de Oklahoma, el Arzobispo de esa ciudad, Paul Coakley, hizo un llamado a reconsiderar la pena de muerte como sanción.

“Ciertamente tenemos que administrar la justicia con clara consideración por las víctimas del crimen, sin embargo, debemos encontrar la manera de hacerlo sin contribuir a la cultura de muerte que atenta con destruir completamente nuestro sentido de dignidad hacia la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural”, afirmó Mons. Paul Coakley en un comunicado emitido el 30 de abril.

Según la BBC, al aplicarle la pena de muerte, al recluso Clayton Lockett se le administró un sedante y diez minutos después se dijo que estaba inconsciente y se le administró una inyección letal, pero pronto comenzó a retorcerse y respirar intensamente.

Se informó que Lockett murió casi 50 minutos después de un ataque cardíaco masivo.

Robert Patton, director del Departamento de Correcciones de Oklahoma, afirmó que la vena de Lockett explotó durante la ejecución, lo que impidió que las drogas letales funcionaran como se esperaba.

La ejecución de Clayton Lockett muestra realmente la brutalidad de la pena de muerte”, reflexionó Mons. Coakley.

“Espero que esto nos lleve a considerar si debemos adoptar una suspensión de la pena de muerte o incluso abolirla completamente”.

“La manera en que tratamos a los criminales habla mucho de lo que somos como sociedad”.

“Una vez que volvamos a entender que la vida es un regalo de nuestro Creador, totalmente desinteresado e inmerecido para ninguno de nosotros, comenzaremos a reconocer que existen y deben haber límites sumamente estrictos que permitan el uso de la pena de muerte”, continuó el Arzobispo.

“Nunca debe usarse, por ejemplo, para exigir venganza o simplemente como un efecto disuasivo. En general, existen otras maneras de ejecutar una sanción justa sin recurrir a medidas letales”.

Lockett había sido condenado por el asesinato de Stephanie Neiman, una joven de 19 años, a quien disparó y cuyos cómplices enterraron aún con vida en 1999.

En los últimos años, varios estados han desplazado la pena de muerte por considerar que el sistema está lleno de imperfecciones. En total, 18 estados han abolido la pena de muerte en Estados Unidos.

El Arzobispo Coakley pidió rezar “por la paz de todos los de que de alguna manera se han visto afectados o involucrados en la ejecución de esa noche, incluyendo al propio Lockett, su familia, funcionarios y otros testigos del evento”. “Mi compasión y oraciones van especialmente para la familia de Stephanie Neiman.”


En su párrafo 2267 el Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

»La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

»Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

»Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo «suceden muy [...] rara vez [...], si es que ya en realidad se dan algunos» [Cita de la Evangelium Vitae de San Juan Pablo II]