La XLVII Super Bowl jugada este domingo en Nueva Orleáns ha sido noticia por muchas razones.

Primero, porque lo es todos los años en Estados Unidos, donde constituye el mayor evento deportivo del año. Segundo, porque la victoria de los Baltimore Ravens sobre los San Francisco 49ers está considerada por algunos especialistas como la quinta mejor final de toda la historia: eran claros favoritos los californianos, pero empezaron siendo vapuleados (28-6) y tuvieron que protagonizar una épica remontada en el marcador que disparó la emoción a extremos inenarrables para los aficionados, pero no llegó a ser suficiente: 34-31 para los de Maryland. Tercero, por el espectacular duelo de quarterbacks entre el cuervo [raven] Joe Flacco y el cuadragésimonoveno [49er] Colin Kaepernick.

Cuarto, porque ha sido el cuarto evento más visto en la historia de la televisión norteamericana. Quinto, por el apagón que, por primera vez también en la historia, sufrió el estadio al poco de la intervención de Beyoncé (no se ha demostrado que fuese ella quien fundiese los plomos, bromeó Roger Goodell, comisionado de la liga profesional de fútbol).

Pero además ha habido diversas circunstancias que hacían atractivo el encuentro bajo otros puntos de vista. El título que conseguía Matt Birk, por ejemplo, un activo militante pro vida y pro familia que fue decisivo en las formaciones ofensivas.

O la circunstancia personal del citado Kaepernick, quien fue dado en adopción por su madre, de 19 años, para no abortarle, y que considera una "bendición" esa decisión. No sólo porque le permitió estar vivo, sino porque la familia que le acogió le dio, desde que lo recibieron con cinco semanas, el "amor y apoyo" que necesitaba. Sus padres adoptivos tenían dos hijos biológicos y habían perdido otros dos por complicaciones cardiacas. Colin salió al campo, como es habitual en él, con los brazos tatuados con citas bíblicas, pues es un ferviente cristiano que ha pasado por las denominaciones metodista, luterana y baptista.

Pero, sobre todo, por una anécdota: el entrenador de los Ravens, John Harvaugh, y el de los 49ers, Jim Harvaugh, son hermanos. Y además, ambos son católicos practicantes, bien conocidos en sus parroquias.
Según recoge Daniel Hamiche en Americatho, John, de 50 años, el triunfador de la noche, frecuenta con su familia (su mujer, luterana, y su hija) la catedral de María Reina de Homeland (Maryland), y ha restaurado una vieja tradición de los Ravens, como es que se celebre una misa el día que compite el equipo, que tiene un capellán católico, el padre Christopher Whatley.

Por su parte, Jim, de 49 (nacieron con quince meses de diferencia), casado y con seis hijos, acuden con regularidad a la iglesia de San Raimundo en Menlo Park (California), y toma parte activa en el programa Santísimo Sacramento de ayuda económica a familias pobres de Perú.

Así que las cámaras siguieron con interés el contacto entre ambos antes y después del partido, que, como corresponde, fue de impecable corrección.