Según los relatos de su hija Isabel Carlota, custodiados en los documentos vaticanos, el Beato Carlos de Habsburgo sufrió durante mucho tiempo las insidias de los masones y pagó personalmente no haber cedido. Lo cuenta David Murgia en Il Timone:

Carlos de Habsburgo y la lucha contra la masonería

Es una historia extraña. Todo tiene inicio a principios del siglo XX cuando, en una pequeña ciudad del noroeste de Hungría, Sopron, llama a la pesada puerta del convento donde vivía una gran mística, la madre Vincentina -una monja ursulina muerta en olor de santidad-, ni más ni menos que la princesa María Josefina de Sajonia, madre de Carlos I de Austria, el último emperador austrohúngaro. No es la primera vez que ambas se ven. Pero esta vez la mística religiosa le revela su profecía: "Carlos está destinado a ser emperador, pero sufrirá mucho y será el centro de los ataques del Mal". Y si leemos los miles y miles de páginas, documentos y testimonios recogidos por la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano (que he podido ver personalmente), cuesta comprender las dimensiones del enorme "complot" urdido por la masonería inglesa y europea para atacar y dañar el honor de Carlos I (1887-1922), emperador de Austria y rey de Hungría, el último soberano del Sacro Imperio romano.

Carlos de Habsburgo fue beatificado el 3 de octubre de 2004 por Juan Pablo II. Su causa de beatificación se articuló muy bien (se utilizaron más documentos que para el fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer), y se basa en hechos concretos de la vida cotidiana, vividos en el campo de batalla, en medio de las tropas, o en la capilla de palacio con el rosario en la mano. Documentos que arrojan luz sobre las hazañas y la vida privada del "santo emperador", amado por su pueblo, que evitó inútiles pérdidas humanas prohibiendo los duelos, los bombardeos aéreos de las ciudades no fortificadas, como Venecia, que se salvó gracias a él. También se opuso al uso de gases letales contra el enemigo y prohibió que los submarinos atacasen las ciudades.

El proyecto para liquidarlo

Sin embargo, lo que más resaltan los expertos de la Santa Sede, sobre lo que no hay duda, es el papel que tuvieron en esta historia la masonería y algunos lobbies cuyo objetivo era aniquilar, para después repartírselo entre ellos, el imperio austrohúngaro, último baluarte del cristianismo. Hasta tal punto que al final de todo el conflicto, los estadounidenses se convirtieron en árbitros de la situación. Se creó la Sociedad de Naciones en Versalles y se redibujó el mapa de Europa. Las únicas verdaderas víctimas fueron Austria y Hungría, totalmente borradas. Según los expertos que han hablado con el dicasterio vaticano, el plan de los "hermanos" estaba claro: hacer dimitir al emperador por las buenas o por las malas.

He aquí el relato de una de sus hijas, Isabel Carlota: "Mi padre era muy consciente de que los masones eran muy poderosos. Y tenía conocimiento de sus intentos de que le educaran como hijo del Estado; es decir, le habían hecho la observación al emperador Francisco José de que, como probable futuro sucesor al trono, mi padre tenía que recibir una gran educación y que, por tanto, había que llamar a las personas más competentes de la monarquía que eran, en su mayoría, masones o librepensadores muy liberales. Los padres del emperador no lo permitieron".

La lucha contra la masonería

"En 1915, tras la muerte de Francisco Fernando", continúa la archiduquesa, "mi padre heredó el llamado patrimonio Modena, unido al título de duque de Este. Se encontró con una gran deuda, y sólo pudo salvar el palacio Modena, junto a los muebles; sin embargo, con ello no conseguía cubrir la suma total de la deuda. En aquel momento, uno de los responsable del Instituto de crédito hipotecario era uno de los más masones más importantes de Austria, que quiso atar a su persona a mi padre para, de este modo, tener un instrumento dócil entre sus manos. Así, retiró todas las obligaciones deudoras, con lo que el Instituto de crédito era el único acreedor, y le ofreció a mi padre que aceptara el palacio Modena como contravalor de la deuda. Primero mi padre intentó conseguir el dinero en otro lugar, pero cuando fue imposible entregó el  palacio Modena al Instituto, pero no cayó en la trampa. Entonces, algunos masones empezaron a organizar en secreto algunas sociedades, para que todos los periódicos de la monarquía se convirtieran en sus instrumentos".

Los ocho hijos del emperador, durante el exilio en Madeira. La más pequeña, Isabel Carlota, ofreció un testimonio fundamental sobre las presiones de la masonería a su padre.

Según los testimonios, el futuro beato se dejaba asesorar sobre cómo debía comportarse respecto a la masonería por el padre jesuita Karl Maria von Andlau, que le aconsejaba que rezara y demostrara siempre "gran prudencia". El joven soberano, que estaba al tanto del "gran proyecto" de la masonería, intentó alejar de sus cargos a todos los "hermanos". Pero no siempre lo consiguió.

El relato de su hija

Carlos fue recibido como el hombre nuevo: los pueblos del Imperio esperaban de él la vuelta al liberalismo (el Parlamento había sido suspendido en 1914 con el pretexto de la guerra en acto), la igualdad entre las distintas naciones, el inicio de los tratados de paz. Sin embargo, no consiguió satisfacer ninguna de estas expectativas. Carlos decidió promulgar el manifiesto federalista sólo el 16 de octubre de 1918, cuando ya la derrota era inminente. También llegó tarde el restablecimiento del Parlamento. El 21 de octubre se reunía la Asamblea constituyente de la nueva Austria republicana. El 11 de noviembre, Carlos y su familia tuvieron que abandonar obligatoriamente las residencias imperiales. Intentó en dos ocasiones, sin éxito, recuperar el trono húngaro. En 1917, Carlos I tuvo entre sus manos el plan de la masonería del 28 de mayo de 1915 para la repartición de la monarquía. Cuando el plan pasó a ser "operativo", el joven soberano ya estaba en el exilio.

Por tanto, a partir de junio de 1919 algunos "hermanos" decidieron presentar sus propuestas al beato. He aquí el relato de lo que sucedió tal como lo cuenta la archiduquesa Isabel Carlota, incluido en el dossier vaticano: "La primera oferta hablaba de tolerar la Logia y de dar libertad a los masones en cuestiones escolares y matrimoniales. Si mi padre se adhería a este plan, entonces se habría restaurado la monarquía al cabo de poco tiempo. Mi padre evitó responder a esta invitación". Poco después llegó la segunda oferta, ahora por vía indirecta. "Esta vez", continúa el relato de la hija, "pedían sólo algunas garantías para su crecimiento y, a cambio, prometían un gran apoyo financiero durante el resto de la vida de mi padre, como también un engrandecimiento de la monarquía".

"Poco tiempo después", continua la archiduquesa, "se volvió a presentar el primer 'hermano'. Esa vez habló sólo de tolerancia hacia la masonería, tras lo que mi padre pasó claramente a otro tema de conversación. Cuando el 'hermano', al irse, insistió para saber cuál era la respuesta, mi padre dijo que un príncipe católico no podía ni siquiera responder a tal propuesta. Cuando vio a mi madre, Carlos I le dijo: 'Ahora sí que nos irá todo mal'". Y así fue. Todos empezaron a distanciarse. Su destino estaba marcado.

La persecución y la muerte

Según los estudiosos vaticanos, el proyecto de la masonería contra el emperador era frustrar los intentos de paz, arruinando la dinastía católica con la revolución de 1918. Además, la masonería había intentado atraer, para sus propios fines, la simpatía del soberano con ofrecimientos, halagos e incluso, si este hubiera renunciado al trono, con un enorme apoyo económico. Pero cuando todos estos intentos resultaron infructuosos, llegaron las calumnias. Como en el caso de la "mujer fantasma", voces inmorales sobre las supuestas relaciones de Carlos con la señorita Carla Chonrowa, su presunta amante. Un personaje que, según las investigaciones realizadas por la policía judicial de Viena, nunca existió, sino que fue inventado a propósito.

En 1922, Carlos con su esposa Zita de Borbón-Parma (se ha iniciado su proceso de beatificación) y sus ocho hijos abandonaron el continente y se refugiaron en la isla portuguesa de Madeira. Los últimos meses fueron muy tristes: la villa Quinta do Monte estaba sobre una colina, entre la niebla y la humedad, y tampoco había luz eléctrica. Carlos cogió un resfriado que se transformó en pulmonía: murió el 1 de abril de 1922, con sólo 35 años.

Traducción de Elena Faccia Serrano.