"La idea de que las catacumbas eran el lugar de residencia de los primeros cristianos es sencillamente falsa": fuera de encontrar en ellas refugio ocasional ante alguna persecución, las condiciones de temperatura y humedad no habrían permitido una estancia duradera. Es, sin embargo, una de las ideas icónicas que asociamos con mayor frecuencia a la idea de "primeros cristianos" en Roma.

A deshacer éste y otros equívocos, pero sobre todo a presentar la realidad de su vida en la capital del Imperio, ha consagrado un libro Jerónimo Leal, profesor de Patrología y director del departamento de Historia de la Iglesia en la Universidad de la Santa Croce: Los primeros cristianos en Roma (Rialp).



Los Hechos de los Apóstoles refieren la presencia de "peregrinos de Roma" el mismo día de Pentecostés (Hech 2, 10). Así pues, algunos volvieron ya a su hogar como cristianos muy poco tiempo después: la navegación era prácticamente imposible de noviembre a marzo, pero si las condiciones lo permitieron, solo tardarían unos días en llegar. En cualquier caso, lo hicieron antes que San Pedro y que San Pablo, quien escribe su Carta a los Romanos como comunidad ya bien establecida.

Y que creció muy deprisa por toda la península itálica. De hecho, en las ruinas de Pompeya y Herculano, sepultadas el año 79 por la erupción del Vesubio, se han encontrado restos que apuntan, aunque no sean definitivos, a la presencia de cristianos en la zona. El profesor Leal enumera algunas: dos inscripciones fragmentarias con las palabras Christian y Fidilis in P; un chrismon, símbolo que reproduce el nombre de Cristo; una especie de crucigrama que parece contener las palabras Pater noster [Padre nuestro]; la impronta de una cruz sobre un panel de estuco...

Pablo llegó a Italia en el año 61, pero ya antes los cristianos romanos locales habían expandido la fe.


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Una interesante que plantea Leal es hasta cuándo podemos hablar de "primeros cristianos".


Los expertos se dividen al respecto. La expresión "primeros cristianos" la emplea por primera vez San Agustín en torno al año 400, en su manual de instrucción catequética De catechizandis rudibus, donde dice de ellos que eran movidos a creer por los milagros porque aún no veían cumplidas las profecías, a diferencia de "nosotros" (la gente de su tiempo y posteriores), que ya las hemos visto cumplidas. Esa diferencia entre el "ellos" y el "nosotros" del gran Padre de la Iglesia occidental señala un tope para extender el concepto. Por otros textos que cita el autor, vemos que el santo de Hipona consideraba "primeros cristianos" a los contemporáneos de los Apóstoles.

El experto Adalbert Hamman lo prolonga sin embargo un poco: hasta el año 180, con la muerte de Marco Aurelio y el final de la Antigüedad. Esta datación tiene un sentido generacional: vendríamos a llamar "primeros cristianos" a quienes todavía han conocido a los discípulos de los Apóstoles que conocieron a Jesucristo, esto es, el alcance de lo que podríamos llamar memoria viva del Maestro.

Más restrictivo es un experto en el siglo primero: Joachim Gnilka, quien reserva la denominación solo para los cristianos del Nuevo Testamento.


Sean quienes fueren, los cristianos de los primeros siglos romanos llevaban una vida entremezclada con la de sus conciudadanos no cristianos, pero con significativas diferencias. Leal va repasando los distintos ámbitos el trabajo, la hospitalidad, la asistencia social, el descanso, la liturgia, el proselitismo, la catequesis...

Destacan dos puntos. Uno, la omnipresencia del culto pagano en numerosas actividades del día, incluidos los juegos y el ocio, alejaba a los cristianos de numerosas actividades comunes. Estaban en el mundo, pero no eran del mundo.

Una segunda instancia a destacar podría ser el papel de la mujer: "Quien diga que la mujer fue relegada por la Iglesia, o demuestra un gran desconocimiento de la historia o no quiere reconocer la realidad de los hechos", afirma el profesor Leal. Aparte de la consideración en la que eran tenidas en cuanto confesores y mártires y su heroica resistencia a la tortura, "podían desempeñar en la comunidad cristiana algunas áreas idénticas a las de los hombres más fácilmente que en otros ámbitos de la sociedad pagana". Además, cuando en un matrimonio romano la conversa era ella, por la tarde acudía a las reuniones de oración y caridad a las que su marido idólatra no podía ir, lo que provocaba no pocos recelos y animadversiones.


Leal también aborda el final de los "primeros cristianos", esto es, qué hizo realmente desaparecer el concepto. La respuesta es llamativa: la gnosis, el auge del movimiento gnóstico. Por decirlo así, el final de la inocencia. Ese fenómeno, más amplio que una simple herejía -sostiene el autor-, consiguió con los cristianos lo que las persecuciones no habían logrado: confundirles con "la cálida caricia de un conocimiento superior, mezcla de verdad con elementos míticos paganos, que apartaba de la auténtica fuerza de la fe primitiva". No todos cayeron en ese error, obviamente, aunque el asalto fue largo y dañino. Pero los "primeros cristianos" como concepto ya no tenía sentido después.

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