Leonardo DiCaprio

está ante uno de los retos más importantes de su carrera: hacer olvidar el papel de Robert Redford en la película basada sobre la novela de Francis Scott Fitzgerald (18961940) El gran Gatsby, publicada en 1925 y cinco veces llevada al cine. La nueva versión se estrena en Estados Unidos el 10 de mayo, y en España al viernes siguiente, 17 de mayo.

Redford lo bordó, pero el desafío no es menor para el director, Baz Luhrmann, obligado a superar la atmósfera que creó Jack Clayton en 1974 para plasmar en  la gran pantalla la atormentada vida del millonario solitario Jay Gatsby, quien apaga en fiestas que otros disfrutan su desazón vital y su corazón roto.

Gene Fant, vicerrector en la Union University (institución académica protestante en Tennessee, Estados Unidos), sugiere en la revista conservadora First Things una forma cristiana de acercarse a este film, que anima a ver (y, "mejor aún", añade, leer la novela).

Sin destripar el argumento para quienes lo desconozcan, Fant descubre tres inquietudes fundamentales en la historia de Fitzgerald, que en cierto modo experimentó, pues cuenta que durante un año vivió una circunstancia parecida a la del narrador de la novela/película, con un aristócrata polaco exiliado como "su" Redford y entrando de rondón hasta sentirse parte durante un tiempo en una élite social y cultural parecida a la que puso bajo sus ojos críticos el escritor norteamericano.

Gene advierte de que no debe verse o leerse El gran Gatsby como "una crítica a los millonarios aburridos", sino que "la historia refleja una historia muy humana y de mucho mayor calado" en torno a las tres inquietudes citadas:

1. ¿Qué va mal en mi vida? Perdí a mi alma gemela. ¿Cómo lo corrijo? La recupero. ¿Me satisface? Sólo durante un tiempo.

2. ¿Qué va mal en mi vida? No tengo suficiente dinero. ¿Cómo lo corrijo? Persigo apasionadamente la riqueza. ¿Me satisface? Nunca hay suficiente dinero.

3. ¿Qué va mal en mi vida? Me aburro. ¿Cómo lo corrijo? Persigo todas y cada una de las posibles formas de entretenimiento. ¿Me satisface? Sólo hasta la mañana siguiente... o hasta que llegan las facturas.

"Todo conduce a una misma conclusión", apunta el profesor Fant: "Nada que eche sus raíces en este mundo satisface nunca plenamente". Y es entonces cuando recuerda a San Agustín en las Confesiones: "Mi corazón está inquieto, Señor, y no hallará calma hasta que no descanse en Ti".

Incluso uno de los personajes de El gran Gatsby, el doctor Eckleburg, parece un trasunto de un Dios a quien Fitzgerald veía alejado del mundo, reducido a un mito sin poder real, y de ahí el poso de desesperanza de su obra.

Podemos ver la película, entonces, justo desde la óptica contraria: como "esa parte insatisfactoria de la historia humana que anticipa la trascendencia satisfactoria de Cristo", el hueco que sólo Él puede colmar. "Mira a Gatsby", concluye Gene, "y luego mira a tu prójimo y comprenderás que, millonarios o no, ellos también son Gatsby, luchando contra el vacío y la soledad. Y recuerda que el Evangelio te impulsa a acercarte a ellos con la buena nueva de que Dios mismo es capaz de reescribir la historia de nuestra vida con Su amor".