EL ÁNGULO AGUDO

El odio nunca es vencido por el odio
sino por el amor.
-BUDA-

          Estábamos en una cena homenaje de los premios deportivos. Yo estaba sentado junto a un amigo licenciado en literatura y, enfrente, teníamos un comensal que hizo todo lo que pudo para convertirse en el centro de atención. Dijo verdades, tonterías, chistes... hasta que soltó dogmatizando:

         —Hay una divinidad que forja nuestros fines, por mucho que queramos alterarlos, como dice la Biblia.
         —Perdona —le corté sin poder contenerme— esa frase es de Shakespeare.
         —Vaya —respondió molesto y herido— salió el listillo. ¿De Shakespeare? Imposible. ¡Si lo sabré yo!

         Para acabar de machacarlo dije:

—Mi amigo Franc es licenciado en lengua inglesa. ¿No es cierto Franc, que la frase es de Shakespeare?

         Franc me dio un puntapié bajo la mesa al tiempo que comentó.

         —Antonio, te equivocas, ese señor tiene razón. La cita es de la Biblia.

         Me quedé de piedra y cuando regresábamos a casa le dije:

         —Sabes perfectamente, Franc, que esa cita era de Shakespeare.
         —Por supuesto. Hamlet, acto V, escena 2. Pero estábamos allí de invitados, y ese señor no pidió tu opinión. ¿Por qué herirlo en su dignidad? ¿Por qué discutir con él? Siempre que se pueda, Antonio, hay que evitar el ángulo agudo.

          Dicen que la mejor forma de ganar una discusión es evitándola. Evitándola como evitaríamos una víbora, un terremoto o cualquier otro peligro.

         Está demostrado que nueve de cada diez veces, cuando termina una discusión, cada uno de los contrincantes está más convencido que nunca de que la razón está de su parte.

          Asegura Benjamín Franklin: «Si usted discute, pelea y contradice, puede lograr a veces un triunfo; pero será un triunfo vacío, porque jamás obtendrá la buena voluntad del contrincante».

          Y los hechos confirman que un hombre convencido contra su voluntad sigue siendo de la misma opinión. Por eso, en mi opinión, no debemos perder el tiempo en discusiones personales, si queremos contar con los demás para conseguir metas construibles.

          Un ejemplo gráfico: nosotros queremos pasar por un sitio donde hay un perro que dice que no pasamos. Mejor es ceder ante el perro, que ser mordidos por él, aunque tengamos nosotros la razón. Ni aun el matar al perro nos curaría de la mordedura.

          Un malentendido no termina nunca gracias a una discusión, sino gracias al tacto, la diplomacia, la conciliación y un sincero deseo de apreciar el punto de vista del prójimo.

          Evidentemente hay cosas en las que no se puede transigir, pero aún en estos casos, lograremos mejores resultados con la flexibilidad que con el ángulo agudo.