El amigo J. L. Martín Descalzo escribió en su novela La frontera de Dios, premio Nadal, el siguiente diálogo:
 
«El sacerdote pregunta a María, la resucitada:
P. ¿Viste a Dios?
R. ¡Sí! ¡Eso... no se olvida!
P. ¿Cómo era Dios?
P. ¡Alegre
 
Tratar a Dios en la oración... es desvanecer toda tristeza.
Tener experiencia mística de Dios... es vivir con alegría.
Contemplar a Dios... es bienaventuranza y gozo.
Hacer su voluntad... es ponerse en el camino de la alegría.
 
Paul Claudel dice: «Nada hay más real que la alegría. Nada hay más vivo que la propia vida. No podemos prescindir de Dios
 
Maurice Barrés afirma: «Antes o después, sólo Dios podrá hacernos felices, bienaventurados, alegres.»

Es aquello que afirmaba San Agustín: «Tú nos hiciste para Ti, ¡oh Señor!, y nuestro corazón no descansará —no tendrá paz, ni gustará de la verdadera alegría— hasta que descanse en Ti

Santo Tomás se esforzó en enseñar que la mente humana tiene un «movimiento natural» hacia Dios. El de Aquino lo llamaba el «pondus», que significa «la fuerza de gravitación hacia Dios».
 
Y es que: El vencejo descansa... en el aire.
Los cimientos de una casa... sobre la roca.
El ancla de un navío... en el fondo del mar.
Nosotros... en el Dios de la Alegría.




Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.