Se llamaba Jouzas Montvila. Nació en Lituania. Se hizo sacerdote. Las autoridades rusas, ocupantes del estado lituano, le habían amenazado. Su hermano Petras, que había emigrado y residía en Nueva York, le propuso que se fuese a los Estados Unidos. El sacerdote Jouzas tomó la decisión coincidiendo con la primera travesía del barco que «ni Dios podía hundir».

Al subir a bordo del «Titanic» recibió una tarjeta blanca que le aseguraba un puesto en los botes salvavidas para caso de emergencia, junto con mujeres y niños. Un privilegio sacerdotal al que él renunciaría junto con otros dos sacerdotes, uno alemán y otro inglés, al oír los gritos desesperados de un padre de familia numerosa. El reverendo Jouzas le dijo:
«No llore. Tome mi tarjeta y váyase.» Los otros dos sacerdotes hicieron lo mismo.

Testigos presenciales dijeron que los tres sacerdotes se hundieron otorgando la absolución al resto de los pasajeros que corrieron su misma suerte.

El sacerdote Kasimiras Montvila, primo de Jouzas, declara haber enviado cartas documentadas al Vaticano para el proceso de beatificación.

En el muro de la iglesia lituana de Londres, junto a la fotografía de Jouzas, se lee en una placa:
«Cumplió su deber hasta el final

Y es que el deber cumplido -hasta el heroísmo- está dictado por la razón suprema del amor a Dios y al prójimo.






Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.