Era un día gélido de enero. Un avión reactor, con 185 pasajeros, se estrellaba contra un puente de Washington y se hundía en el río Potomac, entre hielos y hierros.
Unos momentos después llegó un helicóptero de salvamento. Sólo había cinco supervivientes que estaban agarrados a la cola del avión que todavía flotaba. El helicóptero les lanzó, desde el aire, un cable salvavidas.

El primero en coger el cable fue Arland Williams, de 45 años, empleado de banca y se lo dio a su esposa. El helicóptero salvador se la llevó.
Cuando el aparato regresó, el señor Williams, otra vez, agarró el cable y se lo cedió a otro pasajero.
Por tercera y cuarta vez, este hombre de apariencia normal alcanzó el cable salvador para entregárselo a otra persona superviviente.
Cuando el helicóptero retornó finalmente a rescatarlo, el señor Arland Williams había desaparecido bajo las aguas heladas del río Potomac.
 
Para ser un salvador auténtico, para ofrecer la vida en bien del otro... los dos deben encontrarse en la misma situación, en el mismo peligro de muerte.
Pero existe una gran diferencia entre ambos: la dimensión espiritual, su virtud, su capacidad de entrega...
 
Gustave Thibon decía: «Ahí radica la superioridad del salvador sobre el salvado.»

«Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos», nos dijo Jesús.

Ramon Llull se pregunta: «¡Ah!, ¿cuándo se gloriará el amigo de morir por su Amado?»

Morir por Cristo es la vida eterna.





Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.