Se llamaba Engracia. Estaba casada y era madre de dos hijas. Enfermó de cáncer. Un sacerdote, amigo de la familia, la iba a visitar. Después de algunos años, murió.

Su madre, tiempo después, le dijo al sacerdote: «Quería darle las gracias por todo cuanto hizo por Engracia y decirle que mi hija esperaba siempre sus visitas. Ella solía comentarme: "Las palabras del mosén me quitan el mal. Sus palabras dan paz, curan..."»
 
     «Una palabra / sólo una palabra / y de pronto la vida se me llenó de luz», dice el premio Cervantes 1992, Dulce María Loynaz.
 
     Quién más quién menos sabe, por experiencia propia, que las palabras salidas de lo más hondo del corazón pueden ayudar a superar momentos difíciles, de postración, de amargura, de lágrimas, de sufrimiento, de temor, de desesperanza...
 
     Evidentemente que hay palabras que curan, que consuelan, que dan ánimo, que ofrecen paz, serenidad... y que si son administradas -dichas- correctamente -con amor- son la terapia más antigua que conoce el hombre.
 
     Santa Teresa de Jesús corroboraba hace siglos: «Con frecuencia basta una palabra y una sonrisa para dilatar a un alma triste.»
     Y es que: hay palabras que curan.





Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.