«Vive moriturus» («vive como el que ha de morir») es el epitafio escogido por Murillo para su tumba. Un siglo antes, Montaigne había afirmado: «El que enseñase a los hombres a morir, les enseñaría a vivir.»

Un autor francés, Valensin, escribe: «La muerte es como el verbo que las lenguas germánicas colocan al fin de la frase y que le da sentido

Pero las personas de todos los tiempos han huido del pensamiento de la muerte. Bossuet decía: «Los mortales se preocupan tanto de sepultar el pensamiento de la muerte como de enterrar sus propios muertos.»

La muerte es siempre la muerte de los otros, la muerte ajena, nunca la muerte de uno: la propia muerte. El escritor A. de Bovis lo corrobora: «Morir es siempre el "morir" de otro.»

El filósofo Aranguren escribió en un libro suyo: «Si muriésemos ante nadie, la muerte, en efecto, sería absurda, porque nadie podría darle sentido.

»Si muriésemos solamente ante los hombres, también sería absurda, porque éstos dispondrían abusivamente de algo que no conocieron más que en su exterioridad: dispondrían de una vida muerta.

»Pero san Pablo dijo: "Ninguno muere para sí mismo, morimos para el Señor..." Y porque morimos ante Dios y hacia Dios, la muerte tiene sentido






Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.