Cuenta el cardenal Laghi, prefecto para la Educación Católica:

     «Al final de una cena, en un castillo inglés, un famoso actor de teatro y cine entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare. Después se ofreció para declamar otros textos. Un sacerdote preguntó al actor si podría recitar el Salmo 23.

"- Sí,lo recitaré a condición de que después lo recite usted", respondió el actor. 
El sacerdote accedió. El actor hizo una bellísima interpretación con una dicción perfecta: "El Señor es mi pastor, nada me falta, etc." Los invitados, al final, aplaudieron vivamente.
Después llegó el turno al sacerdote. Pero esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sólo un profundo silencio y el inicio de lágrimas...

El actor se mantuvo en silencio durante unos instantes. Después se levantó y dijo: "Señoras y señores, espero que ustedes se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido aquí y ahora. Yo conocía el Salmo 23 y he recitado el texto, pero este sacerdote, además de recitar el texto, conoce al Pastor."»

Directores de cine y de teatro, de fama mundial, afirman que: hay grandes actores que recitan un texto, aprendido de memoria, pero que no han sabido meterse dentro del espíritu del mensaje; son lectores de palabras, pero no de la vida ni de los sentimientos que ellas encierran y transmiten.

Hay personas que leen una partitura musical; otras que, leyendo la misma partitura, escuchan ya la música.

Proclamar la palabra de Dios no es una voz, un mero recitar, una entonación, un oficio... sino ponerle alma, vida, corazón...





Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.