A mis hermanos Sacerdotes Párrocos

 
Estimado párroco, quiero iniciar esta carta agradeciéndote de todo corazón por tu entrega generosa a la Iglesia en favor de los hombres. No tuve la oportunidad de decírtelo cuando era seminarista, ahora de cura he querido sentarme y escribirte, con mucho respeto y cariño.

 
Durante el tiempo de seminarista he conocido a muchos párrocos, la mayoría párrocos buenos. Párrocos que cuando me acercaba por sus  parroquias se esmeran en hacerme  sentir parte de ella. Párrocos que sabían mi nombre y hasta conocían mi familia. Párrocos bondadosos, acogedores, comprensivos y sobre todo, párrocos  amigos. Sin duda que estas experiencias con párrocos buenos me han motivado y ayudado en mi proceso vocacional, sin embargo, no todo es color de rosa. Recuerdo que uno de los objetivos del proyecto de vida de la área pastoral en mi último año de teología era: Crear lazos de amistad con el párroco (dónde realizábamos nuestra actividad pastoral). Y los indicadores eran, entrar en contacto con el padre antes y después de la actividad pastoral, tener momentos de pláticas personales, visitas espontáneas fuera de los días de actividad pastoral, etc. Al momento de evaluar este objetivo, todo apuntaba al fracaso. El párroco el grande desconocido! Esto que acabo de mencionar no ha pasado de moda. Los seminaristas se quejan de la ausencia de los párrocos; de la falta de cercanía para con ellos; de la falta de confianza; de la falta de amistad!


La referencia inmediata del  ministerio sacerdotal es la del párroco que conocieron en su parroquia o al que conocieron ya de seminarista en su trabajo pastoral. Muchos de los que ahora son sacerdotes, fueron motivados, o mejor dicho, el testimonio de vida de su párroco fue el motivo para ingresar al seminario. Déjame decirte estimado padre, que tu propia vida es motivo de muchas vocaciones. Y no sólo  el motivo para que los jóvenes ingresen al seminario, sino que muchos persevera y llegan a hasta el sacerdocio por tal motivación. En este sentido, la vida misma de los párrocos, su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor y a su Iglesia – un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza y en el gozo pascual –, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional (Cf. PDV 41).


 
No soy quien para decirte lo que tienes que hacer ante tus futuros colegas, sin embargo, te recuerdo que el formador por excelencia es el Maestro, que formó a sus discípulos con humildad e inteligencia, y ahora eres tú quien lo representa en la tierra. Formar al modo de Jesucristo.


 
Involúcralo en la misión (Mc 6,7; Lc 9,1-2; 10, 1). Cuando realices una actividad fuerte en tu parroquia invita a seminaristas, hazlos partícipes de tu trabajo pastoral. El seminarista tiene que entusiasmarse, conocer y entrar en contacto desde su formación con aquella realidad donde servirá toda su vida.

 Hace revisión con ellos (Lc 10,17-20). Resulta muy positivo que después de alguna actividad parroquial, donde los seminaristas formaron parte, hacer una revisión con ellos, pedirles sus puntos de vistas, analizar favores y contras; por lo general los seminaristas son muy críticos, detectan rápidamente las lagunas o las dificultades, esto mejora la siguiente actividad.


 
Corrígeles cuando se equivocan y cuando quieran ser los primeros (Mc 9,33-35; 10, 1415). Esto es muy importante, sucede que cuando el seminarista entra a formar parte de un trabajo en la parroquia, no admite errores, cree que estando él allí, todo saldrá a la perfección. Y sabemos que no hay trabajo perfecto. Ocurre también que dentro de este grupo, es el seminarista quien habla más, quien quiere hacerlo todo, quien toma la postura de líder, y muchas veces no admite opiniones de los demás; ciertamente, tiene cualidades para hacer todo esto, sin embargo, tiene que ser humilde y  bajar de su “sabelotodo” para dar paso a otros espíritus.


 
Si tienes que corregirle, espera el momento oportuno para hacerlo (Lc 9,46-48; Mc 10,1415). Si no llega a la hora repréndele, si falta constantemente pregúntale el porqué de las faltas, luego preguntas a su formador. La corrección de un párroco es una riqueza. Si tienes que corregirle espera el momento y el lugar oportuno, una corrección pública no es bienvenida muchas veces.


 
Ayúdales a discernir (Mc 9,28-29). Si los ves tristes o desanimados, pregúntales que es lo que les esta pasando, conversa con ellos, anímalos, desde tu experiencia, ayúdales a discernís su dudas y cuestionamientos.


 
Prepárales  para el conflicto (Jn 16,33; Mt 10,17-25). El primer contacto con el trabajo pastoral es motivador, entusiasma, sin embargo, hay que hacerle saber de las otras realidades, como son las exigencias, fracasos, sacrificios, tentaciones, conflictos y adversidades que muchas veces son parte de la misión.


 
Mándalos  observar la realidad (Mc 8,27-29; Jn 4,35;Mt 16,1-3). Es importante que el seminarista  no se quede con lo “bonito” de la parroquia. Por eso, es de mucha importancia hacerles conocer las otras realidades no “tan bonitas” que son propia de una parroquia, como son los barrio pobres, comunidades lejanas, y otras realidades pastorales “en situaciones críticas”; y  si tienen que ir caminando, que caminen; si tienen que ir en autobús, que suban al autobús; si tiene que comer lo que comen los pobres, que coman como pobre; si tienen que dormir  sobre una estera, que duerman en una estera; si tienen que celebrar la liturgia de la palabra o rezar el rosario con una sola persona, que lo hagan con una sola persona; etc.


 
Interpélalos cuando son lentos (Mc 4,13; 8, 14-21). Es posible al principio una “lentitud pastoral”, retrasos, impuntualidades, des-organización, etc., por parte de los seminaristas. E interpelarles es prevenir  faltas más graves en el futuro.


 
Reflexiona con ellos sobre las cuestiones del momento (Lc 13,1-5). Es de mucha importancia que el seminarista se entere por el propio párroco las cuestiones que vive la parroquia, adversas y favorables; cuestiones particulares de algunos fieles; cuestiones de los propios seminaristas.


 
Confróntales con las necesidades de la gente (Jn 6,5). Como en todo rebaño, en la parroquia hay también ovejas que sufren a causa de la miseria del pecado, de la pobreza material, de la soledad, del abandono, de las infidelidades, etc. Los seminaristas tienen que sensibilizar su corazón antes estas necesidades de la gente, y muchas veces estas necesidades son “motivos” para seguir respondiendo con el sí en la vocación. La actividad pastoral del seminarista no termina el sábado o domingo por la tarde, la termina en su oración de cada día;  cuando realmente llevó  a la oración aquel trabajo realizado ha dado por terminado.


 
Enséñales que las necesidades de la gente están por encima de las prescripciones rituales (Mt 12,7.12). Y esto no sólo de palabras, sino con la propia experiencia.


 
Ten momentos sólo con ellos para poderlos instruir (Mc 4,34; 7, 17; 9,30-31;10,10;13,3). Los seminaristas también necesitan de formación pastoral específica de una parroquia, no es lo mismo trabajar en un hospital que en un colegio; los seminaristas tampoco lo saben todo, tendrá conocimientos de filosofía, de teología, de pastoral catequética, de conducción de grupos, de las diversas pastorales, pero todo en teoría!

La formación no inicia ni termina en el seminario, la formación tampoco es  la transmisión de verdades que hay que aprender de memoria, sino, una comunicación de la nueva experiencia de Dios y de la vida que irradiaba de Jesús para sus discípulos y discípulas. En este sentido, la parroquia es el lugar privilegiado para continuar y autenticar una verdadera formación. Por lo tanto, la figura del párroco se convierte en la figura del formador, el formador que ha dejado la teoría para formar ya con la práctica.


 
Termino pidiéndote un favor. Cuando llegue un seminarista por tu parroquia, hazle sentir como si estuviera en su propia casa, no importa que sea de otra diócesis, o religioso o de propedéutico; si llega sin avisar, no le reproches, porque va en busca de un amigo,  de aquella imagen del padre bueno  que ayuda y aconseja.  Si en tu parroquia hay presencia de seminaristas porque los fines de semana realizan su labor pastoral, por favor atiéndelos como si fueran tus hermanos sacerdotes, dales el lugar que se merecen, los seminaristas son tus hermanos menores y tus futuros compañeros de presbiterio.  Visita sus grupos, hazles participar del consejo parroquial, invítalo a comer en tu comedor, reza un momento junto a él en tu capilla privada, devuélvele el pasaje que invirtió para llegar a tu parroquia, pregúntale como se siente, si lo ves triste anímale, si no llega a la hora repréndalo, si falta constantemente pregúntale el porqué de las faltas, luego preguntas a su formador. Cuando vayas al seminario llévales una bolsa de detergente, una pasta de diente, o un papel  de higiene; te digo por experiencia que no solo lo animará si no le ayudarás a pasar menos necesidades. Si le vas a dar algo, que sea cariño y confianza, en lugar de dinero.


 
Tu vida es su meta, su sueño, su anhelo a seguir. No le defraudes! 
 
Luis Alva