Día 68 de confinamiento. Estado de alarma prorrogado por 5ª vez en sentido literal, no en plan “¡te lo he dicho por 5ª vez!”.

¿Quién ideó los aplausos de las 8PM? ¿Quién decidió para toda España cuándo sería el último? ¿Por qué tanta gente se unió a la iniciativa?  Hay quien dice que fue una maniobra de distracción del Gobierno para que dejáramos de pensar en lo mal que estaban haciendo las cosas. No sé, a estas alturas ya no me sorprende nada. 

Yo no sé a quién se le ocurrió ni cuál era su intención pero me uní porque me pareció un gesto bonito hacia los sanitarios, una muestra de gratitud, apoyo y respeto a su labor en los peores días de contagios, desbordamiento y miedo.

Me gustaba compartir esos minutos con mis vecinos, me hacía sentir que no estaba sola en medio de la incertidumbre, que mis buenos deseos llegaban de algún modo a los médicos, enfermeros y a todos los trabajadores de los hospitales, a los voluntarios, a los sacerdotes, a las fuerzas de seguridad…

Unos vecinos colgaron una pancarta en la ventana y me gustó.

Luego empezaron a poner canciones durante los aplausos y me pareció simpático: Resistiré, Que viva España, We are the champions… Y semanas después algo cambió y empezó a no gustarme salir a aplaudir.

Dejó de ser lo que era, empezó a ser “a ver qué canción ponemos hoy”, a ser una tertulia de descansillo al terminar el aplauso, una fiesta con la música a tope durante casi 1 hora todos los días, una fiesta que estaba fuera de lugar y que ya se hacía pesadita la música…

Ya no sentía que aplaudía y alentaba a todos los que se dejaban la piel y la salud. Dejó de gustarme participar porque aquello había perdido su esencia, qué pena. Tenía que hacer un esfuerzo mental para transformar mi aplauso en una oración que fuera útil, que no se fuera por el desagüe.

Y durante días me estuvo viniendo a la cabeza el verso de Santa Teresa “Dios no se muda” y me decía a mí misma “tú reza que eso no se pierde, pedid y se os dará.”

Cuando dejé de salir al balcón pero oía los aplausos de mis vecinos, pensaba: “se han acostumbrado, son las 8PM y toca aplaudir, luego cada uno a su casa y ya está, hasta mañana a la misma hora.”

Pasado el desconcierto inicial tuvimos que adaptarnos a la vida en confinamiento con todas sus limitaciones, pero una cosa es adaptarse a una situación temporal y otra acostumbrarse a ella, acomodarse en ella, conformarse y terminar viendo como normal lo que es excepcional.

Y no me acostumbro, estoy deseando recuperar mi vida de “antes de”, entrar y salir sin límites horarios, tirar la mascarilla a la basura, ir a misa donde quiera y apretujarme en el banco más lleno si me da la gana, quedarme de charleta con una vecina si me la cruzo en el jardín, poder usar el tendedero del techo de mi terraza-despacho -es el único en el que caben las toallas y las sábanas sin doblarlas- porque mi marido ya no tiene que dar clases por Zoom y no tengo que evitar que se vean esas cosas colgando, y así tantas cosas de todos los días que han cambiado.

No me acostumbro al recuento diario de muertos. No son “sólo 36 más en la Comunidad de Madrid”, ¡no señor!, son 36 familias más -o las que sean- sufriendo un daño irreparable.

No me acostumbro a las entrevistas en la radio a voluntarios de Caritas contando a quiénes atienden. No me acostumbro a escuchar a usuarios de esos servicios que hace 68 días eran personas como yo y que hoy se ven obligadas a ir a una iglesia a pedir comida porque han perdido su trabajo.

No me acostumbro, y doy gracias por ello, a escuchar a los gobernantes de España “como si oyera llover”, es decir, sin hacerles ni caso, que a lo mejor es lo que quieren, que no les hagamos ni caso para que puedan seguir desangrando el país. Bueno, lo de la gestión del Gobierno en esta crisis me enerva y no entiendo cómo hay españoles que lo han votado pero cada uno vota a quien le da la gana, qué le vamos a hacer,  y este post va de otra cosa. ¡En fin!

Creo que no debemos acostumbrarnos. Adaptarnos sí, pero con la vista puesta en cómo salir de esta situación, en cómo hacer bien nuestro trabajo cada día,  quien todavía lo tenga, aunque el jefe no nos esté viendo, en cómo hacer la vida agradable a nuestra familia hoy pero deseando que esto se termine ya. Amoldarnos pero no apalancarnos. No caer en la desidia ni en la indiferencia, ¡hay que ducharse y cambiarse de ropa todos los días!

A ver, una persona corriente como yo aparentemente no puede hacer nada para acelerar el fin de este desastre. Pero soy una persona de fe y creo sin la menor duda que nada es insignificante y que todo sirve para algo si estoy unida íntimamente con Cristo, si ofrezco mi día a Dios cada mañana, si transformo mi trabajo y todos mis actos en oración y sobre todo si me uno al sacrificio de Cristo en la misa, que tiene un valor infinito y no tiene fecha de caducidad.

Qué quieres que te diga, es lo que creo y es lo que siento. Me creo todas las palabras de Jesús de Nazaret y Él dijo: “pedid y se os dará”, “para que todo lo que pidáis al Padre en mi  nombre os lo conceda”, “pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”, y así las que quieras.

No me había acostumbrado a las misas por YouTube y ahora que llevo 4 días yendo otra vez tampoco me acostumbro a comulgar en la mano, los que me leéis sabéis que es un tema que me cuesta, pero me he adaptado.

Sí a la adaptación, no al acostumbramiento. A Dios rogando y con el mazo dando. Con estos bueyes tenemos que arar.

Seguimos en estado de alarma y hemos perdido la vida de antes pero pongamos todo nuestro empeño en hacer de cada día una ofrenda digna para Dios, llena de perfección humana, servicio a los demás y amor al prójimo y a Dios.

Y sigamos rezando sin desfallecer para que esto se termine cuanto antes, ¡por favor! Hay mucha gente buena sufriendo, Dios no es indiferente. Se hace esperar y no lo entiendo.  Me gustaría entenderle y conocer sus planes.  Mientras tanto me fío de Él. Y rezo. Sin parar.

Puedo ser muy pesada.