La Iglesia, en lo que tiene de humano, está sometida a los avatares del tiempo.
   Toda sociedad acomoda sus normas al vivir cotidiano. La Iglesia no podía ni debía ser menos.
   Los medios de comunicación insisten en este aspecto porque es vendible ante la sociedad.
   Tenemos que agradecer al papa Francisco que haya tomado este asunto con interés preferencial. Afecta a la Iglesia y a su rostro frente al mundo. Ya el papa Benedicto la había iniciado. Diversos acontecimientos económicos y confidenciales la pedían a gritos. El papa estaba vendido por unas filtraciones que ponían en tela de juicio a unos colaboradores medianamente fieles. De hecho, sabemos por manifestación del papa Francisco que le entregó cajas con documentos y un sobre con las conclusiones.
   Sobre la síntesis presentada al Colegio Cardenalicio dice el Papa: “Como es sabido, esta síntesis ha sido preparada sobre la base de muchas sugerencias, también por parte de los jefes y responsables de los dicasterios como de los expertos en la materia”.
   Es positivo que hayan llegado muchas sugerencias y que el equipo de Cardenales hayan sido receptivos a las mismas. Se lo señaló el Papa: “La meta que se ha de alcanzar sigue siendo la de favorecer una mayor armonía en la labor de los diferentes dicasterios y oficinas, al objeto de contar con una colaboración más eficaz, en esa trasparencia absoluta que edifica la sinodalidad auténtica y la colegialidad”.
   En su breve discurso, el Papa señala cuál es el fin de la reforma administrativa. Los retoques constantes son imprescindibles si la Curia quiere ser un organismo vivo. Poner los distintos organismos al servicio del Papa y de las Iglesias particulares requiere un especial esfuerzo en este momento. Algo que hubiera realizado cualquier Cardenal elegido en el Cónclave. Así lo habían pedido muchos en las sesiones previas al mismo. “La reforma no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano; para favorecer una evangelización más eficaz; para fomentar un espíritu ecuménico más fecundo; para alentar un diálogo más constructivo con todos. La reforma, vivamente deseada por la mayoría de los cardenales en el marco de las congregaciones Generales anteriores al Cónclave, habrá de perfeccionar la identidad de la propia Curia Romana: la de coadyuvar al Sucesor de Pedro en el ejercicio de su supremo oficio pastoral  or el bien  y al servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares; un ejercicio con el que se fortalecen la unidad de la fe y la comunión  del Pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo”.
   Tarea no fácil. No solo por la rutina que ofrece resistencia, sino porque los puntos de vista lícitos son variados y que si Dios no edifica la casa en vano se cansan los albañiles. “Ciertamente no resulta fácil alcanzar semejante meta: requiere tiempo, determinación y, sobre todo, colaboración de todos. Pero, para realizar esto, debemos, ante todo encomendarnos al Espíritu Santo, que es el auténtico guía de la Iglesia, implorando en la oración el don del discernimiento auténtico”.
   Anima el Papa a la colaboración de los cardenales con estas palabras: “Con este espíritu de colaboración se inicia nuestro encuentro, que será fecundo gracias a la aportación que cada uno de nosotros podrá expresar con parresía, fidelidad al Magisterio y concienciación de que todo ello contribuye a la ley suprema, es decir, a la salus animarum”.
  
   La Iglesia, en lo que tiene de humano, está sometida a los avatares del tiempo.
   Toda sociedad acomoda sus normas al vivir cotidiano. La Iglesia no podía ni debía ser menos.
   Los medios de comunicación insisten en este aspecto porque es vendible ante la sociedad.
   Tenemos que agradecer al papa Francisco que haya tomado este asunto con interés preferencial. Afecta a la Iglesia y a su rostro frente al mundo. Ya el papa Benedicto la había iniciado. Diversos acontecimientos económicos y confidenciales la pedían a gritos. El papa estaba vendido por unas filtraciones que ponían en tela de juicio a unos colaboradores medianamente fieles. De hecho, sabemos por manifestación del papa Francisco que le entregó cajas con documentos y un sobre con las conclusiones.
   Sobre la síntesis presentada al Colegio Cardenalicio dice el Papa: “Como es sabido, esta síntesis ha sido preparada sobre la base de muchas sugerencias, también por parte de los jefes y responsables de los dicasterios como de los expertos en la materia”.
   Es positivo que hayan llegado muchas sugerencias y que el equipo de Cardenales hayan sido receptivos a las mismas. Se lo señaló el Papa: “La meta que se ha de alcanzar sigue siendo la de favorecer una mayor armonía en la labor de los diferentes dicasterios y oficinas, al objeto de contar con una colaboración más eficaz, en esa trasparencia absoluta que edifica la sinodalidad auténtica y la colegialidad”.
   En su breve discurso, el Papa señala cuál es el fin de la reforma administrativa. Los retoques constantes son imprescindibles si la Curia quiere ser un organismo vivo. Poner los distintos organismos al servicio del Papa y de las Iglesias particulares requiere un especial esfuerzo en este momento. Algo que hubiera realizado cualquier Cardenal elegido en el Cónclave. Así lo habían pedido muchos en las sesiones previas al mismo. “La reforma no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano; para favorecer una evangelización más eficaz; para fomentar un espíritu ecuménico más fecundo; para alentar un diálogo más constructivo con todos. La reforma, vivamente deseada por la mayoría de los cardenales en el marco de las congregaciones Generales anteriores al Cónclave, habrá de perfeccionar la identidad de la propia Curia Romana: la de coadyuvar al Sucesor de Pedro en el ejercicio de su supremo oficio pastoral  or el bien  y al servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares; un ejercicio con el que se fortalecen la unidad de la fe y la comunión  del Pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo”.
   Tarea no fácil. No solo por la rutina que ofrece resistencia, sino porque los puntos de vista lícitos son variados y que si Dios no edifica la casa en vano se cansan los albañiles. “Ciertamente no resulta fácil alcanzar semejante meta: requiere tiempo, determinación y, sobre todo, colaboración de todos. Pero, para realizar esto, debemos, ante todo encomendarnos al Espíritu Santo, que es el auténtico guía de la Iglesia, implorando en la oración el don del discernimiento auténtico”.
   Anima el Papa a la colaboración de los cardenales con estas palabras: “Con este espíritu de colaboración se inicia nuestro encuentro, que será fecundo gracias a la aportación que cada uno de nosotros podrá expresar con parresía, fidelidad al Magisterio y concienciación de que todo ello contribuye a la ley suprema, es decir, a la salus animarum”.