Imagino que Carmen Lomana hará un escrache ante el armario de sus prendas de Versace para que Podemos sienta que la aristócrata es una de los suyos. Comer el roscón de Reyes con Monedero ayuda, pero no es suficiente. Con todo, se ha ganado el respeto del populismo, encantado de contar con el apoyo de quien distingue entre el Möet Chandon y la sidra champán El Gaitero. Y también entre lo que está de moda, la política ficción, y lo que ha dejado de estarlo, el pragmatismo ilustrado. Lo que explica su presencia en la concentración de la Puerta del Sol, de la que emerge como la Carmen Díez de Rivera de la nueva era, si bien es a ella lo que Pablo Iglesias a Adolfo Suárez. 
Puestos en comparaciones, Lomana es una Romanov que encabeza sin pretenderlo la Revolución Rusa contra su propia dinastía y también la nota disonante que necesita el compositor de Podemos para dar a la partitura populista un aire elegante a fin de entreverar el do sostenido de La flauta mágica en el fa de Paquito el chocolatero. En esta extraña simbiosis quien gana más es el partido, que la utiliza para promocionar su pretendido carácter transversal. Ahora sólo falta que Ana Patricia Botín, que también ve con buenos ojos a la formación, neutralice el miedo de los mercados nombrando a Errejón consejero delegado para América Latina. 
Si no lo hace Ana Patricia, que no espere que lo haga Susana Díaz, salvo que a la presidenta en funciones de los andaluces no le quede otra que pactar con Podemos tras las elecciones autonómicas del 22 de marzo. Así lo vaticinan las encuestas, pero no es previsible que Podemos acepte. Más que nada porque lo lógico es que el cupo de pardillos de la izquierda se limite al que, con Valderas al mando, ha cohabitado con el Gobierno socialista en el matrimonio de conveniencia disuelto por decisión de la reina de la casa. IU se queja, pero se veía venir: el sexo sin amor siempre acaba en el notario.