En la mili, esas vacaciones pagadas en régimen de pensión completa (rancho y litera) que el reino de España me pagó en los ochenta, asistí divertido a una gresca entre un recluta gaditano y otro canario derivada de un equívoco semántico, pues el de la tacita elogiaba al insular al modo andaluz (“qué bien te lo montas, cacho cabrón”) y el palmero quería comérselo porque no entendía el matiz admirativo del insulto. 
Como el tono es la raíz, no toda palabra malsonante procede etimológicamente de la mala baba ni toda frase significa lo que uno cree que significa. De ahí la necesidad de la exégesis, que es lo que se echa de menos en la interpretación de la frase del Papa sobre los atentados de París. Francisco, que yo sepa, no ha justificado la masacre, pero a cuenta de que ha relacionado el puñetazo con la ofensa, ya hay quien cree que los discursos improvisados se los prepara Maravilla Martínez. 
También hay quien que se escandaliza por su propuesta de que nadie se extralimite en el decir, que es muy lógica, ya que una cosa es hablar alto y otra hablar claro. Por sugerirlo, le consideran poco menos que adalid de la censura. Nada más lejos de la realidad. Francisco propone que el respeto, no la fuerza, acote la libertad de expresión. En otras palabras, no pide que nadie se muerda la lengua, sino que la eduque.