Si Mariano Rajoy fuera médico y recetara para la tos seca pastillas del Doctor Andréu, no las llamaría así, sino dextrometorfano, su principio activo, lo que motivaría que el paciente lego en prospectos saliera preocupado de la clínica porque al paciente normal todo lo que no es catarro le suena a biopsia, del mismo modo que al elector normal todo lo que no es salida de la crisis le suena a brote verde,  a peligro amarillo, a cuento chino.
Quienes aseguran que la comunicación no es el punto fuerte del PP tienen parte de razón, pero obvian la dificultad que entraña vender la gestión económica a un país en el que los parados son como los cuartos de baños por aquello de que hay dos en cada casa.  Un país que, además, consume mayoritariamente informativos de izquierdas que ponen sordina al descenso de la prima de riesgo y amplifican el sonido de la protesta ciudadana sin aclarar que, a la larga, ambas son inversamente proporcionales.
En este escenario de intencionada confusión mediática es difícil que cale el mensaje moderadamente optimista del presidente, máxime cuando al enumerar los logros del tercer año de legislatura supedita la recuperación económica a que el barril de Brent se mantenga en mínimos históricos, por lo que incluye en las cuentas del Estado para 2015 no una probabilidad, sino un deseo.
Alguien, Arriola tal vez, debería decirle a Rajoy que la prudencia, que es la aportación del presidente gallego al producto interior bruto, es buena consejera en el ámbito internacional, pero no una baza electoral en una nación que se ha radicalizado hasta el punto de que la propia Campofrío, una multinacional, emite un anuncio navideño que parece patrocinado por Podemos. Tanto es así que cuando lo vi por primera vez creí que Santiago Segura, en vez de a Gila, telefoneaba a Pablo Iglesias: ¿Está la casta? ¡Que se prepare! Lo que explica que me haya atragantado con el bocadillo de paleta.