Más de una vez…, hemos leído y si no estoy seguro de que al menos en alguna homilía, hemos escuchado que somos criaturas amadas de Dios y Él nos ha creado para que seamos eternamente felices, con una felicidad espiritual que desconocemos, pues nadie ha bajado a explicarnos como es. Pero de una cosa, por lógica deducción podemos saber, y es que como el orden espiritual, es superior al material en que vivimos, también la felicidad y el sufrimiento, serán mayores en el orden espiritual que en el material nuestro.

     Nosotros hemos sido creados para gozar eternamente, de esa felicidad espiritual que no conocemos pero que ansiamos conocer. Esencialmente esta felicidad sabemos que nace de la contemplación del Rostro de Dios y ahora y aquí abajo a todo nos resulta imposible comprender, como será esa felicidad. Esta limitación en nuestras entendederas, nos lleva a un cierto grado de frustración, en la virtud de nuestra esperanza, debilita nuestra esperanza. Posiblemente sea por esto, por lo que los teólogos nos hablan de dos clases de goces en el cielo. Uno es el goce esencial o primordial de la contemplación del rostro de Dios, y el otro es el de la existencia de un cielo accidental donde serán satisfechos todos los deseos humanos de felicidad que no han podido ser satisfechos en este mundo. Unos denominan a este segundo cielo como ya hemos dicho como cielo accidental y otros como cielo material.

      A toda persona, que esté locamente enamorada del Señor y que aquí en la tierra, contiguamente se deshaga en miradas de amor a un crucifijo o a una imagen de la virgen, puedo asegurar, que le importa un comino el cielo accidental, aunque en otras etapas de su vida, en los comienzos de su vida espiritual, más se movía por el cielo accidental que por el esencial.

      El ansia de tener ya esa felicidad de ese cielo esencial que nos espera, es el principal factor que mueve al hombre sobre la tierra, en sus actuaciones. Buscamos en este mundo lo que nunca llegaremos a encontrar, buscamos la felicidad para la que estaos creados y esta búsqueda nos lleva a tratar de calmar nuestro anhelo de felicidad, con lo que encontramos en este mundo y es entonces cuando, estúpidamente nos atamos  a lo que aquí abajo tenemos.

      Cualquier cosa que se posea en este mundo, sea de gran valor o pequeño valor, en la generalidad de los casos lo hemos logrado con nuestro personal esfuerzo y por ello nos atamos aún más a lo logrado. En épocas pasadas, eran muchas las personas que adquirían bienes por herencias, pero cada vez son menos el número de personas que heredan. Atan más los bienes adquiridos con el propio esfuerzo, que los adquiridos sin esfuerzo aunque estos segundo son más dañinos para a vida espiritual de la persona que los primeros. Por otro lado hay un refrán que nos dice que: Lo que fácilmente se adquiere, fácilmente se va.

      Pero al apego a los bienes que se poseen, aun siendo una actitud deleznable, humanamente se puede llegar a comprender, pero lo que es absurdo y se da en muchos seres humanos, es el desear tener lo bienes que no se tienen y aun peor envidiar a quien los tiene. El deseo de poseer lo que no se tiene, haya o no posibilidad de que se puedan llegar a adquirirlos algún día, es tan reprobable a los ojos de Dios como el tener ya los bienes y tratar de disfrutarlos. Y esto es así, porque si llenamos nuestro corazón de apegos a lo que ya se tiene, o de apego al deseo de tener lo que no se tiene, no quedará sito en él para amar a Dios.

      Y no solo ocuparán sitio en nuestro corazón los apegos referidos a los bienes materiales, que desde luego son los más llaman la atención, sino toda clase de apegos, es decir todo aquello que ocupe un espacio en nuestro corazón y le dificulte al Señor residir cómodamente en nuestra alma. También ocupan espacio en nuestro corazón, los bienes inmateriales de cualquier especie. Unos más y otros menos. Bueno es y está bien amar a una esposa o esposo, porque su unión es sacramental. Dios la aprueba y la quiere y da sus gracias a los esposos para llevar a buen término el matrimonio superando las dificultades que a los largo de la vida, puedan atentar contra esta unión. Y también es del agrado del Señor el amor a los padres, hasta el punto e existir un cuarto mandamiento que nos obliga a honrar padre y madree También es recíprocamente bueno el amor de los padres a sus hijos, fruto de su matrimonio, pero por delante de todos estos amores que son esenciales en el círculo familiar, está ante todo el dulce amor al Señor.

      También tenemos otros bienes de carácter no material, que tampoco han de obstaculizar la fortaleza de nuestro amor al Señor, como son por ejemplo, los recuerdos humanos de bienes anteriormente poseídos, de situaciones vividas, de personas que pasaron por nuestras vidas y ya se fueron y otras muchas clases de recuerdos que mantenidos y alimentado indebidamente, nos puede apartar del amor a Dios. Y no digamos ya los recuerdos que tienen un carácter rencoroso, hacia otras personas. Estos sí que pueden ser, no solo no queridos por Dios, sino incluso alcanzar el grado de ofensa a Él, por ser una falta de amor al prójimo. Alguien puede objetar que no hay pecado porque la persona ya ha muerto y se equivoca. Si no se ha condenado, cosa que nadie puede afirmar de nadie, esta persona pertenece al Cuerpo místico de Cristo y se encontrará, sea en la iglesia purgante, si se encuentra en el Purgatorio sea en la iglesia triunfante, si se encuentra en el cielo.

     Atarse a este mundo, sea por el medio que sea, es atarse de una forma u otra a la escasa felicidad que este mundo nos ofrece. San Juan de la Cruz nos pone el ejemplo del pájaro que se encuentra sujeto a una rama de un árbol, y no puede volar y es lo mismo que este sujeto por una gruesa cadena de oro, que por un delgado hilo. Esto es lo que nos pasa con nuestras ataduras a este mundo, ellas nos impiden volar hacia Dios.  Cuantas más ataduras tengamos, sean grandes o pequeñas menos espacio dejaremos en nuestro corazón, para que el Señor acuda a él. Dios que nos ha dado y no sigue constantemente dando la plenitud de su amor también desea la plenitud de nuestro amor. El amor de por sí necesita la reciprocidad. El que ama necesita saber que es amado.

El Señor nos dejó dicho: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el máximo y primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos está cifrada toda la Ley y los profetas”. (Mt 22,37-40). Y esto es así, se tenemos en cuenta que ante todo Dios es un fuego que abrasa, un Dios absorbente y celoso, no admite competencia alguna: "30 El que no está conmigo esta contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama”. (Mt 12,30). Y en el Pentateuco, también encontramos dos referencias que nos dan fe de los celos de Dios. Así en el Éxodo, podemos leer: “Soy un Dios celoso”. (Ex 20,5). Y en el Deuteronomio, también podemos leer: “24 porque Yahvé tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt 4,24).

     Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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