Este escrito va dirigido especialmente a los católicos que quieren ser fieles a su fe cristiana y no ven inconveniente en aceptar el aborto como lícito e, incluso, tampoco lo ven en tomar parte activa en su realización. Quiero exponer la doctrina de la Iglesia sobre el aborto. Cada uno la podrá aceptar o rechazar; allá cada cual con su responsabilidad en cuanto a seguir aceptando o rechazando la doctrina de la Iglesia sobre el particular.

Tanto el aborto como el infanticidio son calificados por el Concilio Vaticano muy duramente: “El aborto y el infanticidio -dice- son crímenes abominables” (G. Sp. nº 51).

Lógicamente, para producir el aborto entran en juego la madre que consiente en ello, las personas que intervienen en su realización, y alguien que pueda ser necesario para que se lleve a cabo.

El canon 1328 del Derecho Canónico dice así: ”Quien procura el aborto, si éste se produce incurre en excomunión latae sententiae”. Lo cual significa que quienes intervienen en un aborto, en el momento en que se produce, quedan automáticamente excomulgados; no sólo la madre que mata o hace matar a su hijo, sino todos los que intervienen en el aborto.

Quedar excomulgados supone que todos ellos no pueden comulgar ni recibir ningún sacramento antes de ser absueltos en el sacramento de la penitencia. Este hecho es tan grave que es un pecado reservado al obispo, aunque éste puede autorizar a algunos sacerdotes para que puedan perdonar tanto el pecado como la excomunión; no cualquier sacerdote está facultado para absolverlo.

Algo que también conviene saber es que para caer en la excomunión deben haber cumplido 16 años o ignorar sin culpa propia, que el aborto tiene alguna gravedad especial que no tienen los demás pecados.

Y es que los defensores de la legalidad del aborto insisten únicamente en la libertad de la madre; pero libertad para qué ¿para asesinar a su propio hijo que ya no es ella, sino que ya es él? Y normalmente como abortar equivale a asesinar y esto no suena bien, emplean la expresión: “interrupción voluntaria del embarazo”. Suena mejor. Pero es un asesinato de un ser humano inocente.

Una cosa es la excomunión legislada en el código y otra, la manera de tratar a las madres que han abortado, ya que muchas de ellas se ven en situaciones difíciles; no abortan a gusto; hay que tratarlas con misericordia. No es el mismo caso de quienes se montan algún negocio aprovechándose del problema de la madre e instrumentalizándola de alguna manera.

Hay que ser conscientes de las lágrimas y las crisis que pasan cantidad de madres cuando se dan cuenta del crimen cometido contra sus hijos. Puede que no se sepa lo que sufren porque eso nadie lo vocea por las calles. Preguntadles a ellas si eso es libertad. Muchas no se quitan de la mente lo que han hecho con sus hijos y quedan traumatizadas incluso para toda la vida. Pero de eso nadie suele hablar y a los abortistas no les sienta bien que la Iglesia hable de ello.

Y es que hay que reconocer, como decía el Papa en su Homilía en Radom. 4-61991: "A este cementerio de víctimas de la crueldad humana de nuestro siglo, -las víctimas de los campos de exterminio nazis- se agrega otro gran cementerio: el de los no nacidos. Cementerio de los indefensos, cuyos rostros ni siquiera sus propias madres conocieron, aceptando o cediendo a presiones para que se les quitara la vida antes de nacer. Pese a ello, ya tenían la vida, ya estaban concebidos y se desarrollaban bajo el corazón de sus madres, sin presentir el peligro mortal".

Y acabo con unas ideas llenas de afecto de Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium Vitae, n° 99: “Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre.”

Qué palabras tan bonitas y tan distintas de las que pronuncian los partidarios del aborto, como que la mujer es dueña de su cuerpo, que es libre, que nadie tiene que decirle lo que debe hacer… ¿Cómo es posible que se haya llegado a dar carta de naturaleza al aborto considerándolo como un derecho? Pues hasta ahí hemos llegado en nuestra querida España

José Gea